miércoles, 24 de enero de 2007

Pongamos que hablo...

La GranVía. El anuncio de Schweppes de la Gran Vía. Tronco. Ese cartel enorme y a trazos del estreno. Mi amigo Popen de Chamberí. Cañas. Vengo, vengo, vengo de Lavapiés. Zapatillas o zapas. El siglo XVII en la Plaza Mayor. La pringue de un bocata de calamares a dos euros. Las lumis de Montería. Quevedo. Pies en el suelo. Concha Espina. La gachí. El Café Gijón. Abrigos largos. La placa a un cerillero anarquista. ¡Un actor! Velázquez. Nuevos ministerios. La chica guapa que te sonrie cuando descubre que la miras. Tirso de Molina. Sopa china junto a Chueca. Charla en la barra de un bar desconocido. Alatriste. Tapita por la cara. Sabina. Boinas. Buena gente. Historia.

jueves, 18 de enero de 2007

Viejos

Las encontré anoché, entre los canales infames de la televisión de este país, vestidas de corto, orgullosas, con la equipación del equipo de fútbol sala en el que juegan. Ellas dos, unos sesenta y cinco, y el presentador, un gracioso profesional, sentados frente a frente en un plató de cartón piedra y con un centenar de personas como público.

Confieso que no les presté demasiada atención. La gilipollez en esos programas es ya endémica. No obstante, descifré que se trataba de un grupo de ancianas residentes de un pequeño pueblo, no pregunten cual. Que las entrenaba un joven -entró en escena más tarde- que "quita el sentío", exclamó una de ellas. Deducí en ese momento que el pueblo era andaluz.

Durante la entrevista, el realizador pasaba imágenes del entrenamiento. El joven, también un profesional; pero esta vez de tácticas futboleras, más que futbolísticas, aparecía en ellas realizando un gran esfuerzo para que las ancianas lograrán dar pie con bola. Misión imposible. Niet. No obstante, habían jugado dos partidos y los dos ganados. "Dos de dos, vaya, ustedes pueden ganar al Real Madrid" (Risas).

Pero eso no es todo. El conductor del espectáculo despedía ya el programa cuando la más jocosa, metiéndose en cuadro, dijo: "lo que pasa es que a mi lo que me gusta es cantar por Lola Flores". Ahí es na'. "Bueno, aquí tenemos orquesta", dijo el presentador. Lo demás lo pueden imaginar. Me quedé allí, frente al televisor. Quietísimo. Con la boca abierta y el tenedor con un pedazo de pescado pinchado justo en frente. Con cara de gilipollas.

La palabra viejo me gusta. Hoy es imposible llamar a un anciano viejo. (Y a un negro negro y a un chino chino y no oriental, ¿Que tendrá que ver un Pakistaní con un fulano de Pekín?, exceptuando la "k", claro.) Relaciono viejo con antiguo, con historia, con vida, recuerdos y sabiduría. A mi lo viejo, me impone respeto, que quieren que les diga.

Me patea el hígado esa estúpida actitud que muchos viejos tienen aquí. La de que hay que hacer el gilipollas porque aún nos sentimos jóvenes. ¿Y que hay de malo en saberse y sentirse viejo? Puede uno saberse y sentirse mayor y albergar tantas ganas de seguir descubriendo y aprendiendo como un muchacho de veinte. Cuando recurro a mis mayores, en busca de consejo o de un chorro de luz en algún percance, lo que quiero encontrarme es eso: a mis mayores, a mis abuelos, a mis padres. No a un payaso vestido del Betis.

jueves, 11 de enero de 2007