jueves, 24 de julio de 2008

Cerrojazo


La idea llevaba semanas rondando mi cabeza y hoy lo he decidido: paralizo esta bitácora. No sé si será temporal o terminaré por dar el cerrojazo definitivo en un tiempo. Además del diario para el que escribo, ando metido en unas cuantas historias más que me roban tiempo, esfuerzo y ganas de darle a la tecla. Y qué quieren que les diga, con 30 años tampoco hay tanto que contar, a menos que a uno le guste mirarse y volverse a mirar el ombligo. Podría colgar fotos, sí; pero vean, hasta el punto de mira se me ha torcido este último año. Últimamente las que saco me resultan infames.

Así que, señores, hasta pronto, si el sur me da qué hablar, o fue un gusto, si hasta aquí llegamos. Cuídense.
(Fotografía: Jano_a)

Agosto 2007 - agosto 2008

Los balances anuales los realizo en agosto. Durante los últimos años ha sido ese mi mes de vacaciones y cuando he echado la vista atrás para analizar el último periodo profesional. El hecho de que sea en ese la fecha de mi nacimiento hace que ese análisis sea extensivo también a lo personal. ADN nos ha adelantado las vacaciones una semana. Empezamos mañana. Así que por ese y otros motivos, yo también adelanto el balance. Supongo que a nadie le interesará demasiado; pero como esto es un blog y, en su definición, un ejercicio de egocentrismo y exhibicionismo emocional, ahí queda:

Lecciones de profesionalidad y brillantez en Medellín. Viajo como vivo, solo o en pareja. La convulsa relación con la entrañable Chica de Ipanema. No es oro todo lo que reluce en ADN. Reencontrarme con Kapuscinski y el periodismo en Burkina Faso. También ahí, con lo complicado que es fotografiar África, esas gentes, esa maldita luz. Las cenas con mi familia en el Diez (incluida la del 24, tras mi "desaparición"). Nochevieja en Jerusalén rodeado de hermosas hebreas. Trabajar de nuevo con mi carnal Gabriel y plantarnos en un checkpoint israelí a las cinco de la mañana para retratar la maldita vida real. Malabares nocturnos para llegar a fin de mes. La fotografía cayó en el olvido. Bodas de amigos. Partos de amigas. La sospecha con fundamento de que mis viejos no serán jamás abuelos por la parte que me corresponde. Planes de futuro: periodismo y vuelta al mundo en un año y América Latina a pie en otro. Intermón Oxfam. Regresar a los 16 en La Romareda el 12 de octubre. El Tiempo. El maravilloso descubrimiento de Cati y Nati. La residencia de mi abuela. La lejanía de los otros. Corto Maltés y Neruda. Ana y el cosquilleo en el estómago.

miércoles, 23 de julio de 2008

Los muchachos del bus









Les conocí hace unos años y les debía una entrada a este blog. Se la debía porque me brindaron uno de los mejores viajes que he hecho jamás. Son los muchachos de la ONG Conductors Solidaris de Catalunya (CSC), tipos corrientes ( o casi), conductores de autobuses urbanos que montaron hace unos años este tinglado.

Fue en el convoy a Albania, al norte del país balcánico. Ya saben, reparto de ropa, de cuadernos para la escuela, de lápices, de juguetes y de instrumental sanitario en aldeas remotas y encorsetadas entre enormes montañas que se perdían en la niebla.

Embarcamos en Barcelona hasta Civitavecchia, en Roma. Cruzamos Italia sin la documentación de la carga (alguno de ellos la olvidó en la sede de la ONG en Barcelona) hasta llegar a Bari, donde recogimos los albaranes en una oficina perdida de DHL. Bari es hermosa. Al menos su casco antiguo, calles empedradas, recovecos, olor a orégano y pomodoro y ropa blanca colgada en los balcones.

Luego fueron diez días recorriendo pueblecitos en el norte de Albania. Carreteras sin asfaltar, acantilados, barcos oxidados navegando ríos eternos, rakia, críos de mirada triste y franca, cargas y descargas de los dos camiones y de la UVI móvil que componían el convoy, jornadas de 12 y 14 horas, amenazas con revólveres, obligados sobornos en las aduanas, la desconfianza de los mayores, la siniestra ley de la montaña y esas dos petardas de TV3 acompañándonos en un tramo de la caravana y queriendo grabar una crónica a las cinco de la mañana, a pie de camión, cuando nos dirigíamos con la hora pegada al culo y resbalando por las carreteras heladas hacia el puerto de donde nuestro transbordador estaba a punto de zarpar.

Ya devuelta, en el buque de Grimaldi y con un Barça - Milan de Champions en juego, pensé que esos fulanos debían estar en su casa, zampándose unos tacos de queso con una cerveza mientras veían el partido. Con sus hijos y esposas, si es que éstas aún les aguantaban. Pero no, estaban allí embarcados. Sin afeitar, sucios y cansados. Pero felices al fin y al cabo, a pesar de saber (lucidamente) que no van a cambiar el mundo.