Si uno hace caso a pies juntillas del decálogo de normas de seguridad que se recibe al pisar la Ciudad de México no pasaría del carrusel de maletas del aeropuerto internacional Benito Juárez. Tome uno de los “taxis seguros”, son más caros, pero no le robarán el equipaje. No suba a un taxi de la calle, llame siempre a radio taxi, si lo hace, que al menos sea de día, y jamás agarre un Volkswagen Escarabajo, están descatalogados, son ilegales, por tanto, y además no tienen puertas traseras, con lo cual no puede escapar si el taxista le quiere atracar. No camine solo a partir de las diez de la noche, alquile un departamento con portero permanente, si está armado mejor y mire a sus espaldas cuando vaya abrir la puerta del portal, también al sacar plata del cajero, por cierto, nunca de noche. No lleve bolsos ni mochilas en los mercados, tampoco reloj vistoso ni joyas. Jamás se le ocurra caminar con su computadora portátil en según qué zonas. Olvide los semáforos en verde, aquí conducimos sin normas. No viaje por carretera, ni pensarlo de noche. No vaya al norte, Guadalajara y Monterrey ya son del narco. No se fie de las güeras de tinte y sonrisa fácil, tampoco del tendero, ni del banquero, ni del conductor del pesero, ni de su sombra, mi’jo, que con ese acento uno nunca sabe. Y sobre todo jamás le dé de comer a un chilango después de las doce.
Bromas aparte, como les digo esas normas no escritas nunca se toman al pie de la letra y hay quien, como el que les escribe, prefiere tener un ápice de confianza en el prójimo, hasta si es taxista, fíjense, y caminar tranquilo por la calle antes de convertirse en un paranoico a lo Mel Gibson en aquella película infame. No obstante, hay ocasiones en que uno memoriza ese decálogo y piensa que “no van desencaminados mis cuates”. Una de esas tuvo lugar el sábado pasado en el Estadio Corona de Torreón (Cohauila).
Sitúense: minuto 40, marcador empate a cero entre el local, Territorio Santos Modelo, y el visitante, los Monarcas de Morelia. De pronto: pac, pac, pac. Balacera a las afueras del campo, los jugadores, veloces al túnel de vestuarios, el público bajo los asientos, unos, saltando al campo, otros, y aferrados al bombo y los cánticos, los menos, para aplacar el miedo y que el deporte ganara a las balas. Partido suspendido y todo tipo de elucubraciones. Las cosas no están claras días después. Dicen que los tipos que cruzaron fuego con los agentes iban a por el jefe de policía local, espectador en la tercera gradería, otros lo niegan, y aún está por ver cuántas balas impactaron dentro del estadio y cómo. Eso sí, dos horas después del suceso, éste ya tenía corrido, el de Miguel Gastelum y los Gallos Alterados. Con todo lujo de detalles. Sospechoso, si más no.
Por ello no es de extrañar que en algunas rutas los autobuseros no porten cambio, aumente la seguridad en escuelas y guarderías, existan cursos para periodistas en zonas de alto riesgo y el presidente Calderón, obcecado y estúpido, le quiera hablar de tú a los clanes de la cocaína. Y es que en cinco años de guerra al narco, según la ONG México Evalúa, los homicidios han aumentado un 95%, los secuestros un 88%, la extorsión un 101% y de 15 carteles en activo se ha pasado a 18 actuando a sus anchas en medio país. Así que tampoco extraña que tal y como está el asunto hasta el narco tenga su blog.