domingo, 13 de junio de 2010

Regreso a PaP (I): Regreso a PaP

Afortunadamente la tormenta había quedado atrás, mojando el empedrado de la ciudad vieja de Santo Domingo, y el pequeño avión de doce plazas del Programa Mundial de Alimentos de Naciones Unidas se deslizaba suavemente ya sobre Puerto Príncipe. El cielo permanecía claro y despejado, “no durará demasiado” me dije mientras virábamos para encarar la pista, “estamos en plena estación de lluvias”.

Cinco meses después de que la capital haitiana se estremeciera el 12 de enero, regresaba a PaP, tal y como abreviamos Port au Prince en los informes de Oxfam, la organización para la que trabajo. Mientras cargaba las mochilas en el automóvil que fue a recogerme, vinieron a mi cabeza las mismas preguntas que lo hicieron días atrás en una de las puertas de embarque de Madrid-Barajas: ¿Cómo encontraré la ciudad? ¿Seguirán en pie los edificios que quedaron inhabitables? ¿En qué condiciones estarán los desplazados? ¿Habrán empezado ya las lluvias a hacer mella en los asentamientos? ¿Qué rumbo habrá tomado todo aquello que dejé en febrero?

No obstante, lo primero que comprobé cinco minutos después de abandonar la base de Naciones Unidas fue algo ciertamente más banal: el tráfico seguía siendo caótico en Puerto Príncipe. “Dieu est ma force. Delice Pastisserie” fue el rótulo que alcancé a leer -letras rojas sobre fondo blanco- antes de que un grupo de muchachas con el cabello concienzudamente recogido en moños, uniformes escolares color pastel, zapatos negros y brillantes y calcetines blancos de talle corto pasaran junto a la puerta trasera del coche, donde iba recostado. Justo después, enfilamos Delmas, una de las arterias principales de la ciudad.

Muchos de los edificios afectados por el terremoto siguen ahí, en pie, cual siniestros escorzos. Otros, los menos, han sido derruidos y en su lugar sólo hay vacío, piedras y polvo. Sin embargo, a pesar de este funesto legado la ciudad ha retomado su pulso. En cada uno de los arcenes se sucedían puestos de madera y cartón –algunos, un simple retal de tela en el suelo- donde poder comprar desde pañuelos de papel y enseres para la higiene a unas pocas legumbres, frutas, huevos, botes de mahonesa, embutidos, salchichas e incluso pequeñas botellas de vino tinto español marcas “Campeón” y “La fuerza”. Me percaté también de que al menos en el centro de la ciudad han abierto nuevos bares y modestos restaurantes. Además han aumentado los tenderetes de comida callejera consistentes en varios braseros donde se cocinan pollo, pescado, empanadas de carne, arroz, frijoles y sémola que se sirven en platos de plástico, se comen con cubiertos desechables sobre frágiles bancos de madera o en el capó de cualquier vehículo y por los que se pagan unas pocas gourdes.

Los damnificados por el terremoto siguen asentados en prácticamente los mismos campamentos espontáneos que se crearon tras el seísmo dentro de la ciudad: en la Plaza Santa Ana, en el patio del Liceo Toussaint Loverture, en la escuela República de Perú de Martissant, etc. En todos ellos la población ha aumentado considerablemente, en algunos casos, casi se ha doblado. “Pero no quiere decir que el número de desplazados sea mayor”, comenta Silvia, una de nuestras técnicas en Promoción de Higiene Pública. “Sino que la gente se ha desplazado, ha cambiado de lugar y, obviamente, se ha dirigido a donde se está entregando la ayuda humanitaria”, añade.

Las ONG han mejorado y ampliado su trabajo en estos lugares; pero cada vez es más complicado realizarlo. Los damnificados sufren un hacinamiento mayor que hace cinco meses, las carpas de lona han devenido en viviendas de madera y chapa y éstas se han multiplicado. Han ido apareciendo focos de actividad económica, casi todos ellos en forma de pequeñas y peculiares cantinas y comercios improvisados. Con todo, hay mucho menos espacio en estos asentamientos, lo cual complica en exceso la respuesta de las ONG. ¿Dónde ubicar más baños químicos si no hay un hueco libre? ¿Cómo cavar letrinas en medio de una ciudad de cemento y hormigón? ¿Y cómo aumentar el número de duchas? ¿De qué modo implementar canales de drenado y desagüe si las viviendas de los desplazados no sigue patrón alguno?...

La respuesta humanitaria en Puerto Príncipe sigue siendo complicada. Por ello, desde las organizaciones como Oxfam abogamos, por un lado, por que aquellos desplazados que puedan volver a su casa - Naciones Unidas estima que el 40% de las viviendas afectadas por el terremoto están en condiciones seguras y pueden ser habitadas, lo hagan de acuerdo a un plan gubernamental- y, por otro, que el gobierno haitiano identifique nuevas tierras que no se encuentren ubicadas en una zona inundable para reubicar a los damnificados que vivan en los asentamientos más vulnerables ante la estación de lluvias y la temporada de huracanes, que empezó el 1 de junio. De este modo, con la población desplazada concentrada en varios lugares específicos, la respuesta a largo plazo de las ONG podrá implementarse al cien por cien. Aspecto éste que merece (y tendrá) un post aparte.

Para finalizar con esta primera entrada, sólo un dato: cinco meses después el número total de desplazados reubicados en campos seguros es de 7.000 de un millón y medio.