martes, 21 de agosto de 2007

Perdido en el desierto


Mi sentido de la ubicación es nefasto, a pesar de que llevo ya cierto tiempo con la mochila al hombro. Esa falta de ubicación me pasó factura hace unos días. Les cuento, si quieren. El departamento de La Guajira es en su mayoría un amplio desierto que finaliza en el mar Caribe. Pues bien, me perdí en ese desierto anteayer.

Fue a la vuelta de la playa de El Pilón de Azúcar hacia nuestras hamacas. Diez minutos a pie por carretera y cincuenta cortando camino por el desierto de El Cabo de la Vela. Carlos, las chicas y yo volvíamos en 4X4; pero me despegué del grupo para fotografiar un cementerio wayuu medio abandonado y rodeado de cactus, arena y un cielo increíblemente cercano y azul.

No se si me desvié de la carretera antes o después de lo debido; pero, indudablemente, lo hice por donde no era. Anduve entre encinas, zarzales y cactus durante cerca de dos horas. Una de la tarde, sol perpendicular, un café solo como único líquido ingerido ese día y ni un rancho a kilómetros a la redonda. Mi cabeza empezaba a parecer la caldera de una vieja locomotora y mi boca estaba tan seca como la suela de mis botas. "Me perdí", me dije. Pensé en volver hacia la playa, pues una pequeña montaña situada al lado de ésta me serviría como referencia. De esa manera, podría descansar de nuevo en el cementerio, reubicarme y retomar el camino o, con suerte, montarme en uno de los coches que vinieran de la playa, si es que todavía quedaba alguno.

Busqué la montaña y vi que me había desviado muchísimo del camino. Me asusté. Me asusté mucho. "Me temo que en mi estado no la alcanzo", me dije. No obstante, me tapé la cabeza con la camiseta y encaminé mis pasos hacia el monte. Caminé maldiciendo y avergonzado. "Hay que joderse, Ivancho, que sea así, después de lo que llevas a cuestas, como termine todo este tinglado. Inconsciente y seco como la mojama en el desierto. Por despistado y por gilipollas".

Llegué al cementerio de nuevo. Descansé a la sombra de un techo de paja sobre cuatro troncos, junto a los restos de una hoguera, tras unas lápidas y rodeado de chivos que pastaban allí. Me sentí como Sean Penn en el final de U-turn, un perfecto imbécil. Al rato, con el aliento recuperado, volví a la carretera con la intención de no desviarme de ella y llegar a cualquier parte, a esas alturas daba igual, donde beber agua y coger un coche hasta mis cabañas. Pero la carretera parecía no tener fin y temí que me cogiera la noche en el camino. Así que volví al cementerio (hogar, dulce hogar) a esperar a que notaran mi ausencia en el estadero y que salieran a buscarme.

Empecé a tomar fotos de nuevo, sólo por no desesperarme del todo y fue cuando, a lo lejos, vi moverse algo. Era una persona, o así me lo parecía. Corrí hacia ella haciendo aspavientos y exagerando teatralmente mi fatiga. Como les decía, un auténtico memo. Llegué hasta ella. "Estoy perdido", dije antes de percatarme de que tenía ante mí un niño moreno, wayuu, mal vestido y con unos grandes ojos oscuros que me observaban extrañados y divertidos. Sostenía una botella grande de Coca-cola repleta de sal gruesa. El crío la estaba limpiando y recogiendo de una enorme salina cercana a la playa de la que les hablé antes.

"Estoy perdido", repetí. "Me estoy quedando donde la Nena Gómez. Allá, en El Cabo. ¿Sabes dónde te digo?". Asintió. Le pregunté si él vivía allí.
No- dijo. En otro pueblo.
Vaya. ¿Y podrías acompañarme?. Llevo horas dando vueltas sin dar con el camino- dije.
¿Ha almorzado algo?- me preguntó sin mirarme.
Nada- contesté extrañado. Y tampoco he bebido nada en toda la mañana. Bueno, sí -rectifiqué- un café a las seis y media.
Soltó una carcajada divertida y sonora. Guasón.

Estoy muy cansado. ¿Crees que podrías acompañarme?- inquirí de nuevo.
¿Ahora?- preguntó.
Si es ahora, me harías un gran favor, amigo- le espeté.
Pues entonces vamos- dijo solícito mientras cogía de nuevo su botella.

Caminamos en silencio. Le pregunté que si cada día iba a recoger sal. "Sí. Y también voy a la escuela", contestó. "¿De verdad estás sin almorzar?"preguntaba continuamente y negaba quedamente con la cabeza sin esperar respuesta alguna. Anduvimos y me llevó por caminos y claros que no recordaba. "No puedo ser tan estúpido de no acordarme de este lugar", pensé. Justo después, el crío se paró en seco y gritó "mira, una de tus huellas, de tu ida a la playa". En efecto, era la suela de mis botas.

Divisamos el estadero de la Nena Gómez. Le devolví la botella y un cubo de agua que me había ofrecido a llevarle y le pregunté su nombre. "Francisco", dijo. "Yo me llamo Ivan". Le estreché la mano y deslicé en ella un billete de 20.000 pesos. "Gracias, muchas gracias", le dije. "Y esto es para que invites a tu chica a una gaseosa". El rió de nuevo, agradeció el gesto y se fue caminando a pasos cortos y decididos.

Qué quieren que les diga. En ocasiones, me siento afortunado de resultar desubicado y de perdeme mil y una veces en lugares desconocidos.

Tejiendo la hamaca

Días de pesca

El beso

La Guajira

lunes, 20 de agosto de 2007

Historias Guajiras


Gino es un argentino sesentón que recorre América Latina -desde Usuaia a Maracaibo- sobre las dos ruedas de su Africa Twin. Su viaje empezó en la Patagonia argentina hace unos meses y finalizará cuando el cáncer de pulmón que padece le diga "che, hasta acá llegamos, viejo".

Apareció en nuestras hamacas hace unos días. Apenas un metro sesenta y cinco de altura, barriga prominente, pelo blanco y barba cana. Con mirada glauca, sonrisa franca y los ademanes suaves y educados de la buena gente. En seguida, lo apodamos Papá Noel.

"Fuma usted con muchas ganas, che. Me da envidia. Pero tenga cuidado, ¿sí?", le dijo a Carlos mientras engrasaba la maquinaria de su motocicleta. Más tarde también le diría que él dejo de fumar hace ahora una década, tras el diagnóstico del cáncer. Que llegó un momento en que los médicos le dieron cuatro meses de vida y que fue entonces cuando ensilló su Honda para realizar el último y mejor viaje de su vida.

Gino lleva ya seis meses en ruta. Apurando sus días entre emociones, sentimientos y experiencias que todos deberíamos experimentar al menos una vez en la vida. Viajando "hasta el día del campanazo final", como él nos confesó antes de partir de nuevo hacia Venezuela.

* * * *

Luci perdió su ojo izquierdo cuando era una cría. "Me cayó mugre", dice. Luego se infectó y tuvieron que sustituírselo por una prótesis. Luci tiene diecisiete años, aunque aparenta diez más. A los quince su madre hizo que abandonara la escuela en Uribia para mandarla a El Cabo de la Vela, a limpiar, cocinar y atender a los turistas en las cabañas que regenta su pérfida abuela.

El trabajo de Luci es excelente. Son las cabañas más limpias y lindas de todo el pueblo y jamás comí una sierra o un pargo tan bien cocinado y con unos patacones tan sabrosos. A pesar de ello, su abuela no le asigna ni un peso a fin de mes y, si alguien ofrece a Luci unos billetes de propina, se los arrebata con avaricia. También le riñe y le golpea con cualquier escusa, o eso dice la joven.

Luci, india wayuu con la única cultura de su tradición -que no es poca-, planea en silencio su fuga a la inmensa ciudad de Bogotá el próximo diciembre para labrarse una nueva vida.

La famosa Ingrid de El Cabo de la Vela


Ingrid tiene doce años, estudia por las mañanas en la escuela del pequeño pueblo de El Cabo de la Vela y vende pulseras hechas a mano por las tardes. Quiere ser maestra y, más tarde, alcaldesa de ese lugar, o eso dice. Jamás, nadie me sopló viruta con tanta facilidad como esta cría.

Taxi


Trayecto de Uribia a El Cabo de la Vela, en La Guajira.

martes, 14 de agosto de 2007

Tayrona


El Tayrona es una reserva natural, antiguo asentamiento indígena -de los kogi, entre otros-, y donde se funden la Sierra Nevada de Santa Marta y el mar Caribe. El turismo en la reserva ha aumentado y, por consiguiente, el precio de los pescados con arroz de coco y patacones o el alquiler de una hamaca. Si en 2001, la noche en "chinchorro" costaba 2.000 pesos (poco menos de un euro) hoy la están pagando a 12.000. Calculen. Pero tampoco es tanto, para que nos vamos a engañar. Como les digo el turismo ha aumentado, en parte, por una buena campaña publicitaria de la zona y, en parte, por la política de seguridad democrática (¿democrática?) del presidente colombiano, Álvaro Uribe.


Los israelíes son los visitantes más numerosos. Viajeros de verdad. Experimentados, se nota en sus mochilas, calzado y maneras. Gente que sabe lo que se hace, tengo buenos amigos judíos, sé de lo que hablo. Llegan al parque en grupos de diez o doce chicos. Jóvenes, esbeltas ellas, resultones ellos. Afortunadamente, hemos dejado la reserva antes de que levantaran un muro y pusieran un checkpoint en la entrada.


Me encontré con Franky Rey, el guía que en 2001 me llevó desde Calabazo a Arrecifes, atravesando todo el parque Tayrona en cinco horas de caminata. Por aquel entonces él tendría unos 64 años. Hoy con setenta sigue en ruta. "El parque está más caro, sí. Hay más seguridad. Aunque el que le da mala imagen al país es el propio colombiano", me decía mientras se pasaba su mano por su cara arrugada y curtida por el sol. "Cada día tengo que discutir con alguno. Vea, usted es Español y es la segunda vez que nos visita. Mientras que muchos colombianos vienen por primera vez y alegan que esto está muy peligroso y que nadie está seguro en el parque". Luego, se alejó negando con la cabeza gacha y caminando lentamente con sus piernas ligeramente arqueadas.


Me hago mayor inevitablemente. Nos quedamos sin dinero en el parque. Un mal cálculo y unos precios que no esperábamos. La primera noche no cenamos y la segunda encontramos, escudriñando en nuestras mochilas, algunos pesos que nos permitieron, tras el feliz hallazgo de otros 2.000 pesos en el suelo del bar, comprarnos unas bolsas diminutas de patatas fritas que nos supieron a gloria. Con 29, aguantar hambre ya no es un reto, es una putada.


Homenaje


Traducción: Carmenchu y Jainor también (tb.) estuvieron aquí. Un guiño a mis dos coleguitas del currele, porque molan lo suyo y más, tsssee... Carmenchu, si es que es nombrarte y volver al macarrismo, coño... No obstante, prometo repertirte lo del "aire acondicionado prendido".

Ventanuco


Las vistas desde mi hamaca, ubicada en un torreón de madera, sobre una roca bañada por el mar caribe.

La edad de la inocencia


La hija de nuestro "hamaquero". El tipo que nos alquilaba las hamacas.

LOST


Mamá, tranquila. Sigo vivo, a mí no me quiere ni la guerrilla...

domingo, 12 de agosto de 2007

La Costeña

Un autobús de la flota de la compañía La Costeña nos ha llevado hoy desde Cartagena de Indias al Tayrona, una reserva natural donde la Sierra Nevada de Santa Marta se une con el mar Caribe. El vehículo era pequeño, viejo, con asientos a medio atornillar y oscuro. Luz tenue y cortinas corridas. La cabina del conductor estaba separada del espacio para el pasaje por una puerta negra. Al abrirla he escuchado las notas estridentes de un comercial que emitía en ese momento Caracol TV en la tele del vehículo. "Coño, un after", le espeté a Carlos, aún "enguayabado" por la noche de ayer. (No logro entender la inevitable relación entre el funcionamiento de los autobuses y la necesidad de tener prendido durante todo el viaje -que más da si son las cinco de la mañana y al otro lado del cristal llueve- el aire acondicionado. Joder, qué frío).

Días antes comprobé que Medellín sigue radiante. Fajardo, su alcalde, ha hecho (está haciendo) un gran trabajo. Más zonas verdes, más bibliotecas, más urbanismo útil. A nivel nacional, la cosa no anda igual de bien. Once senadores procesados por relaciones con las Autodefensas Unidas de Colombia (AUC), grupo paramilitar de extremísma derecha, el jefe de la policía secreta encarcelado por el mismo motivo, las conversaciones con los elenos no avanzan y las FARC no se bajan del burro. Tampoco lo hace el presidente, Álvaro Uribe, quien jura y vuelve a jurar que él nada tiene que ver con el paramilitarismo y la parapolítica. Qué risa. No obstante, uno pregunta y la gente está contenta con él. "Ahora se puede viajar por carretera en Colombia", dicen algunos. "Son todos la misma porquería, mejor que el presidente esté vinculado a los paracos que a los guerrillos, que son los que nos secuestran", sostienen otros.

Saben que su Gobierno no está limpio. Pocos lo han estado en este país, así que tampoco les extraña. Además, medio siglo sufriendo a las FARC hacen mella. Uribe, eso sí es cierto, es el que más duro le ha dado a la guerrilla, y eso el pueblo lo sabe. Así que prefieren mirar hacia otro lado cada vez que se demuestra el vínculo entre política y paramilitarismo. Pero así tampoco se avanza.

sábado, 11 de agosto de 2007

Kalamary


Kalamary significa o, mejor dicho, significaba en el idioma mocanés cangrejo. Los indios mocanaes bautizaron así a lo que hoy es la ciudad vieja de Cartagena de Indias hace unos pocos años. Al parecer, los crustáceos abundaban por aquí.

Fue un poblado al uso. Un caserío circular con bohíos de palma y barenque, rodeado por troncos de árboles terminados en punta y coronados por las calaveras de los enemigos muertos en batalla. Luego, en 1.500, la bravura indígena empezó a menguar con la conquista (eran otros tiempos, no me jodan) española. Y, en 1.533, Pedro de Heredia fundó Cartagena de Indias, una de las ciudades más hermosas del mundo si uno se limita a pasear por su casco histórico.

La fotografía no es representativa en absoluto; pero me gusta. Amargura, a decir verdad, hay poca aquí. El color sí. Es el mismo, junto a los celestes, rojos y burdeos, con los que están pintadas las casas coloniales que El Maestro metió en El amor en los tiempos del cólera. Es una ciudad bellísima, sin duda. Historia pura. Las murallas, la India Catalina (un zorrón de la misma calaña que Malinche), el castillo de San Felipe o los restos de la trata de esclavos negros. Imprescindible a pesar de un incipiente y despistado turismo gringo (ellos, en eso de la historia, están empezando) y de una creciente prostitución. Muchachas demasiado jóvenes y bonitas como que para que la mayoría lleven grabadas en su rostro las siglas VIH.