viernes, 24 de febrero de 2012

El cañaveral de la revolución perdida


Cuentan que en Chichigalpa muere un hombre cada semana. Cuentan que todos trabajan en el cañaveral del Ingenio San Antonio. Y cuentan también que se vienen muriendo desde hace años, “tantos que ni sabemos, pues nacimos y la plantación ya estaba ahí, rodeando todos nuestros pueblos”, dice Doña Francisca, una mujer morena y guapa. Natural de Posoltega, en Nicaragua, y cuyo marido está convaleciente después de años cortando caña de azúcar.

Cuentan que cuando es la época de quema, una pátina de tristeza gris no les deja verse las caras, los niños caen enfermos de los bronquios y el agua adquiere el sabor de las semillas del limón verde. Cuentan que no es sólo eso, que “son también los insecticidas contaminándolo todo”, apunta Francisca. “Son los insecticidas”, repite. “Y el calor, y el humo, y el polvo y que llevan trabajando desde niños”, añade. “Y la necesidad, chavalo lindo, la necesidad”.