sábado, 29 de septiembre de 2007

Haka

La Haka es la danza de guerra maorí. Los All Blacks, el duro equipo nacional de Nueva Zelanda, la baila ante su rival en cada partido para minar tanto su moral, como su concentración. En el vídeo, un encuentro entre la selección francesa y los neozelandeses.

martes, 11 de septiembre de 2007

Wild is the wind

Lola, su labrador de pelo negro, se rebozaba en la arena, a la orilla del mar. "¡Lola!", gritó. Pero la perra corría desobediente tras tres gaviotas. Sonrió, negó con la cabeza y volteó su rostro hacia el viejo faro. Entonces la vio.

Tenía el cabello castaño, corto y revuelto. Ojos grandes y color almendra, labios gruesos y una nariz diminuta y puntiaguda. "Tiene cara de ratón travieso", se dijo y esbozó de nuevo una sonrisa. Esta vez, debida a su ocurrencia.

La veía cada mañana cuando sacaba a Lola a pasear por la pequeña caleta que había junto a su estudio. Vestía ropa deportiva blanca que hacía que su piel morena lo pareciera aún más. Se fijó en que el cuello de su camiseta, ajustada y sin mangas, estaba húmedo. "Sale a correr. Corre cada mañana", pensó. Tenía aspecto de atleta. Piernas contorneadas y hombros y espalda bien formados.

Ella miraba al horizonte erguida, en la orilla, con las piernas arqueadas. Descalza, dejaba que el agua acariciara sus pies. A veces, cuando la ola volvía al mar, sujetaba pequeñas conchas con el pulgar de su pie derecho. Se agachaba, mojaba las manos y humedecía después su rostro con ellas. Con los ojos cerrados, giraba su cara al viento y sacudía levemente la cabeza hasta que su frente quedaba despejada de mechones de pelo.

Lola seguía sin atrapar a ninguna de las gaviotas. "¡Lola!", volvió a llamarla. No hizo caso. Miró hacia otro lado y sus ojos azules se cruzaron con los de la corredora, que en ese instante sonreía por la desobediencia de la perra.

La vio desnuda a su lado, dormida y con el torso descubierto, mientras el sol entraba como un ladrón por las hendiduras de la persiana. Se imaginó besándole el cuello, ella riendo de algo sin concretar, en un café cercano al puerto una tarde de otoño. Pensó en como sería doblar con ella de la mano todas las esquinas y recovecos infinitos del Trastevere o atravesar, entre risas y miradas cómplices, la jungla del mercado chino de las calles de Quiapo, junto a la iglesia del Cristo Negro.

Dibujó en su cabeza escenas cotidianas junto a ella. Comidas familiares, un plato de pasta recién cocinado sobre la mesa cuando volviera tarde y cansada de su trabajo, cualquiera que fuera. Hacer el amor al regreso de una cena en casa de una pareja amiga. Saboreando su piel, oliendo su cuello y humedeciendo cada pliegue de su cuerpo hasta que cayera desfallecida. Imaginó una boda, hijos. Y también una vejez eterna y confortable a su lado. Imaginó tanto en un sólo instante que llegó a ruborizarse por ello y debió dejar de mirarla. "¡Lola!", gritó por enésima vez.

La corredora había dejado ya de atrapar conchas marinas y se alejaba inexorablemente un día más. Lola había vuelto. Le acarició la cabeza. "Perra, mala", le dijo al oído y rió quedamente. "¿Por qué no me haces caso...? Me has dejado fatal delante de esa chica, ¿eh?. Eso no se hace, Lola. Entre nosotras, nos tenemos que echar un cable de vez en cuando, ¿no crees?". Le besó de nuevo la cabeza, enganchó la correa a su collarín y deshizo sus pasos por la arena hasta su hogar.

lunes, 3 de septiembre de 2007

Gilda


Si yo fuera un rancho, me llamaría Tierra de Nadie. Le dijo Gilda, Rita Hayworth, a Glenn Ford, el chico de moda en Hollywood. Él se quedó allí parado, de pie. Muy quieto y con cara de idiota. Como todos nos quedaríamos ante mujeres así, si aún hoy existieran...