miércoles, 29 de septiembre de 2010

Que Tonantzín nos ampare (IV): Usos, costumbres, ruido y vendedores de toda índole

México es muchas cosas y una de ellas es, sin duda, ruido. Calles estrechas donde se ubican excelentes taquerías, cevicherías, ostionerías… todas sin puerta de entrada y donde cualquier platillo queda en segundo plano tras los estruendos de motocicletas, vehículos, camiones, autobuses, colectivos. Vendedores ambulantes anuncian a gritos “cacahuates japoneses a diez pesoooos!!!” en los colectivos. Las Farmacias Similares (deduzco que especializadas en la venta de genéricos) no serían lo que son sin el altavoz conectado al máximo volumen a través del cual una de las empleadas recita las bondades y rebajas de cada uno de los fármacos, todo ello con música de fondo propia de discotecas de hace veinte años. De altavoces hablamos: también por sólo diez pesooos uno puede hacerse en el metro del D.F. con un disco compacto de narcocorridos, corridos, “la mejor música de los setentas”, lo mejor del rock en español o audiolibros desde García Márquez a Dan Brown. Los venden chamaquitos , por lo general. Suben al vagón con un reproductor de CD’s en las manos y una mochila cargada con un gran bafle a la espalda. Anuncian el producto y pulsan el botón “play”. La música lo invade todo entonces. Si es el CD de rock, siempre suena Bunbury con “Frente a frente”, que es de Jeanette en realidad. Ya me dirán. La música en bares y cantinas suele estar tan alta que apenas uno puede conversar con su acompañante y debe repetir cuatro o cinco veces que lo que quiere es una Bohemia Especial, o sea, la clara. No la tostada, la clara. ¿Si?, ok, gracias. Luego siempre te traen la oscura (obscura, como reza la etiqueta). El zócalo del D.F. y las calles aledañas siempre las recordaré con el sonido de esas cajas de madera fabricadas en Berlín (Lonely dixit) que reproducen una musiquilla similar a la de los organillos. Un bar de Veracruz: cuatro viejitos tocan en grupo un gran xilófono, en la terraza de al lado, unos mariachis esperan a que éstos terminen su pieza para empezar su repertorio, Guadalajara, Guadalajara y demás. Se turnan varias veces para tocar distintas composiciones. Mientras, a unos metros, la orquesta municipal toca danzón para un grupo de jubilados de piel ajada, morena y limpia. Hermosos, vestidos de domingo bailando despacito y bien pegados. Cuando vuelve a ser el turno de los viejitos y el xilófono, aparecen en la terraza donde tomo una cerveza, la misma de dichos viejitos, cuatro tipos “armados” con guitarras y panderetas, les sigue una mujer que demanda monedas para la Iglesia de qué se yo y otro nuevo grupo de mariachis aparece a reemplazar a los anteriores. No es que sea Latinoamérica, es que es México. Un país que parece hecho al ruido. Un ejemplo, tardé más de tres semanas en encontrar un lugar donde vendieran tapones para los oídos.

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Me gusta este país. En serio, no piensen lo que no es por el escrito anterior. No se me levanten en armas, que andan revolucionados con esto del bicentenario (Aunque la independencia no se lograra hasta 1821… y tuviera más que ver Agustín Iturbide -un facho, el Emperador Agustín I...- que el cura Hidalgo, al que se pelaron años atrás). En fin, a lo que íbamos. Sitúense: zócalo de Veracruz, terracita, cerveza fría, brisa y mariachis (los de antes) de fondo.

Entre las 21.14 y las 21.29 se sucedieron por nuestra mesas: una mujer indígena vendiendo camisas, al rato, otra con idéntica mercancía, un joven ofertando gafas de sol imitando las mejores marcas del mercado, de nuevo otro chico con los mismo modelos de lentes, un adolescente con pelusilla a modo de mostacho ofreciendo relojes de buena marca; pero falsos, falsísimos, una hermosa niña india, flaquita y con cara de sueño ofreciendo bonitas pulseras de hilo hechas a mano y cintas para recoger el cabello. “Para tu novia”, me dice. Pero mi novia no se recoge el pelo y le gusta lucir flequillo. Un joven con una vieja camiseta de baloncesto azul marino vendiendo bolígrafos y relojes, un niño bien peinado, raya a un lado, y recién duchado ofreciendo cacahuetes, habas y garbanzos tostados con la opción de añadirle polvo de chile (ricas habas y cacahuetes, compruebo), otra niña indígena con nuevas camisas, el más anciano del cuarteto del xilófono demandando unas monedas por su brillante actuación, una mujer con cara de dormida golpeando dos cilindros metálicos conectados a una batería eléctrica que porta a modo de cinturón, un joven con cola de caballo vendiendo pulseras adornadas con corteza de coco pulida, un hombre de unos 65 años, completamente ebrio y mostrando un pezón mientras se le resbala el tirante de su camiseta por su hombro izquierdo nos muestra sin mediar palabra (aventuramos que es incapaz de ello) gafas de sol y falsificaciones de colonias y perfumes de marca, unos mariachis demandando su propina, un indígena vendiendo hamacas, una pequeña ofreciendo imanes cilíndricos que emiten un peculiar sonido al lanzarlos al aire mientras se buscan el uno al otro, el señor mayor del xilófono de nuevo y un crío vendiendo blusas floreadas.

En total, 18 personas en 15 minutos Cada 50 segundo alguien se acercó a nuestra mesa a reclamar unas voluntarias monedas por el servicio ofrecido o a vender cualquier tipo de enseres. Eso es atención al cliente y no lo de El Corte Inglés, no fastidien.

viernes, 17 de septiembre de 2010

Que Tonantzín nos ampare (III): Otras visiones del bicentenario

La iglesia de Santo Domingo de San Cristóbal de las Casas en el estado mexicano de Chiapas es austera. El suelo está compuesto por largos tablones de madera que se estremecen a cada pisada, un altar sin más ornamento que varios centros de flores que acompañan al santo y dorados en parte de los muros laterales. Sin pinturas, ni frescos se erige junto al mercado municipal del pueblo. Un templo sin más pretensiones que la de ser un lugar de encuentro de feligreses, lo que deberían ser todos.

Mientras caminaba esta mañana por el mercadillo de artesanías, telas y cueros aledaño a la iglesia me alegré de estar en este lugar hoy, fiesta nacional, día después de El Grito de la independencia mexicana. Doscientos años después de aquel "viva México, cabrones", o así. No me gusta juzgar con los ojos del presente los episodios históricos; pero no quita que comulgue con ciertas independencias y que me consuele pensando que no todos mis "antepasados" actuaron como Cortés o como el zorrón aquel de Malinche. Lo digo por Bartolomé de las Casas, sevillano y obispo dominico de Chiapas a partir de 1543.

Sé que es un modo algo sui generis de celebrar el bicentenario, más con mi nula fe, pero tengo mis razones. De las casas llegó a las Indias en 1502, se ordenó sacerdote en La Española en 1512, el primero que lo hizo en el nuevo mundo. Fue luego capellán en Cuba e ingresó más tarde, en 1523, en la orden de los Dominicos, que siempre pelearon, a diferencia de los Franciscanos, por garantizar a los indios de América los derechos humanos.

El religioso abogó por la supresión de la llamada encomienda como forma de premiar a los colonos en favor de comunidades agrícolas mixtas formadas por campesinos españoles e indígenas. Como toda historia y cualquier personas también aquí hay claroscuros: de las Casas, viendo como menguaba el número de indios por los malos tratos recibidos, entre otras razones, apostó por el tráfico de esclavos negros procedentes de África para las labores más arduas en el terreno agrícola. Además, defendió la colonización española siempre y cuando está tuviera lugar bajo la bandera de la evangelización.

Bartolomé de las Casas llegó como obispo a Chiapas en 1543 y debió salir del país sólo cuatro años más tarde por no estar en absoluto en línea con las cotas de alta moralidad de sus feligreses. No obstante, hasta su muerte, de las Casas siguió peleando por los derechos indígenas como procurador de indios. Su función era la de transmitir a las autoridades las quejas de la población indígena de las colonias españolas en América.

Publicó "Brevísima relación de la destrucción de las Indias" en 1522, donde denunció los abusos de la colonización española con un descaro sin precedentes para más quebraderos de cabeza para los Habsburgo. No en vano, San Cristobal añadió el de las Casas a su nombre en honor al religioso.

Como les digo, un modo algo diferente de celebrar el bicentenario. Un recordatorio para los indígenas mexicanos, los menos visibles, los más desfavorecidos.

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Conducía el taxista veloz hacia la estación de autobuses del Distrito Federal mientras que, entre volantazo y volantazo para esquivar al resto de vehículos que sí circulaban a la velocidad adecuada, giraba su rostro para intercambiar impresiones sobre política y fútbol con el sufrido pasaje: Muñoz y Muñoz Jr.

- Pues sí, acá estamos de celebración. La del bicentenario... Doscientos años de independencia... ¡Tseee! Pero vaya independencia... No, ¡la berga! Vean las tasas de pobreza, de analfabetismo, de falta de escolarización... ¿Pero que pinche vamos a celebrar? Y es que si me pregunta, patrón, mejor con ustedes, con los españoles. Al menos seríamos ahora campeones del mundo en fútbol... Pues, pa' que le digo que no, si sí. Mire nuestro presidente... el del trabajo, decía. El presidente del trabajo decía que iba a ser... Y lo fue, sí, pero pa' perder trabajo, cabrón. No es que... Y es que tenemos unos políticos rebuenos... rebuenos pa' robar, claro. Órale, llegamos. Treinta pesitos, patrón, que hoy estamos de promoción.

sábado, 11 de septiembre de 2010

Que Tonantzín nos ampare (II): El féretro, el mezcal y la sensibilización rural

Sitúense: Muñoz y Muñoz Jr. en la pequeña iglesia de la Merced de Oaxaca. Una planta, suelo de baldosa, madera, velas y poca luz. Un tipo de unos sesenta, enjuto, moreno y con mostacho negro barre los escalones que suben al altar.

- ¿Puedo hacer un par de fotos? Sin flash, claro, le pregunta Muñoz.
- Sí, sin problema, señor. No más apresurese. El muertecito está por llegar... Ay, no, mire ya está en la puerta.

Efectivamente, junto a Muñoz Jr., que esperaba paciente en la entrada del templo, alguien había dejado sobre una plataforma de metal con ruedas un ataud de madera, pintado de color celeste y con sencillos ribetes y adornos blancos.

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- Sé que es la pregunta del millón, decía Muñoz Jr. hace un par de noches a la camarera -grande y bonachona- de la cantina La Cucaracha, pero ¿qué diferencia exactamente al mezcal del tequila?
- Pos el destilado. El tequila se destila mucho más. Es como más refinado... Más perfumado... No sé. Y si no, huela...

La camarera saca de debajo de la barra varias garrafas de mezcal casero. Una de ellas con corteza de naranja dentro, otra con gusanos del maguey, la tercera con un alacrán y la cuarta llena con mezcal puro. Una a una las abre y se las acerca a Muñoz Jr., que huele el trago y asiente satisfecho y algo mareado.

-No sé si me entiende ahora, dice ella.
-Perfectamente, dice Jr.
-Pos eso, que el tequila es como perfume y el mezcal... El mezcal es para meros machos, mi rey.

Tras tamaña afirmación, Muñoz y Muñoz Jr. no tendrán más remedio en un par de horas que acudir a la citada cantina a dar cuenta de un par de vasos (o más) de mezcal... El del alacrán. A lo mero, mero.

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El pueblo de Santa Ana del Valle se encuentra a unos 30 o 35 kilómetros de la ciudad de Oaxaca. Una iglesia, un pequeño mercado, un breve museo y un puesto de tapetes y sarapes indígenas en la plaza central. De resto, poco más. Una cuadrícula de apenas ocho calles, vacías, empedradas unas y sin asfaltar la mayoría.

Unos pocos hombres morenos y de piel ajada tocados con sombrero beige, mujeres de pelo lacio con vestidos de motivos florales bordados a mano, vistosos y hermosos, y muchos, muchísimos, perros flacos, sucios y con secuelas de dentelladas en la piel.

El sol cae en vértical al mediodia, así que las calles permanecen casi vacías a esa hora. Es entonces cuando llaman la atención el gran número de pinturas y mensajes de sensibilización que hay en los muros del pueblo. "Lo que un niño no recibe, definitivamente no lo da", rezaba uno. "Si su tos tiene flema, puede ser tuberculosis. Acuda al centro médico", "La no violencia es un derecho indiscutible de la mujer", "Lave sus manos después de ir al sanitario", etc.

Sensibilización como la que hacen las ONG en lugares como Haití, Congo y Pakistán, me dije. Está bien ver que aquí no necesitan de estas organizaciones para tenerlo claro, pensé. Aunque también me llamó la atención que estuvieran sólo en español y no en náhualt y el resto de lenguas indígenas (esas que sí están en peligro de verdad) que también se hablan en la zona, pues Oaxaca es uno de los lugares con más pobalción india de latinoamérica.

martes, 7 de septiembre de 2010

Que Tonantzín nos ampare (I): Kalho y Rivera


La casa estudio donde vivieron Diego Rivera y Frida Kahlo en San Ángel (México D.F.), en realidad, dos viviendas independientes unidas por un puente (no veo mejor formar para vivir en pareja), se halla ahora junto a una cafetería Starbucks y una galería comercial en la que destacan las vitrinas de Hugo Boss y Carolina Herrera.

Abundan y revolotean por allá señoras estupendas de cutis moreno y bien maquillado. De las de mucho "o sea" y "papi". De un cuidado aspecto deportivos, unas, y de casual ejecutivo, otras. Divinas, si empleamos su jerga. Mientras apuraba mi capuccino (reconozco que embriagado por el ambiente caímos en la tentación de un café Starbucks) pensaba en qué diría la vieja Frida si levantase la cabeza y retirase el manto con la hoz y el martillo con el que fue cubierto su féretro por uno de sus estudiantes.


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Una vez le preguntaron a Frida si se sufría mucho siendo la mujer de un hombre como Diego Rivera. Ella contestó algo así como: "no veo que los márgenes de un río deban sufrir por dejar a éste correr".