lunes, 31 de agosto de 2009

Ivancho en el Congo (VII): Aviso a madres

No es ego (bueno, quizá sólo un poco), es para que sendas madres respiren un día más tranquilas. Seguimos sanos y salvos, con horarios y cánones religiosos, esos sí (los de los misioneros, Padres Blancos, que caritativamente nos han acogido en Bukavu), pero trabajando y en ruta. Para muestra, unas instantáneas de nuestras "oficinas" congoleñas.







domingo, 30 de agosto de 2009

Ivancho en el Congo (VI): Una travesía en el Mugote

El Mugote es uno de los barcos que cruzan unas tres o cuatro veces a la semana (según carga y pasaje) el lago Kivu, de Goma a Bukavu y viceversa. En concreto es el slow boat. Tarda unas cinco horas en realizar el trayecto, el speed boat lo cubre en apenas dos. Por ello es también el más barato: 15 dólares segunda clase, 25 primera. Eso sí, te ofrecen bocadillo de queso y gaseosa cortesía de la casa. Nosotros fuimos en primera; pero no por el bocadillo, sino porque eso permite sentarte en la proa del barco, en cubierta, que se agradece cuando al queso de tu sanduche le falta nevera y empieza a darte guerra en el estómago.

El viaje empieza a ser realmente hermoso cuando se han cubierto las dos primeras horas. El lago se estrecha y se suceden varias islas de bosque y tierra verde y fértil. Casi desiertas. El buque, una carraca vieja y oxidada que sorprende que se tenga a flote, se cruza con cayucos de pescadores que recuerdan mucho a los que llegan a las islas Canarias.

El pasaje se sucede en cubierta: militares, hombres de negocio con trajes de solapas anchas, un par de tallas más de lo adecuado y combinados con corbatas cortas y de colores chillones, niños vestidos de domingo, mujeres con pañuelos de colores en la cabeza, jóvenes de camisetas viejas y sucias y la tripulación del Mugote. Entre ella, el capitán del buque: un tipo de unos cuarenta largos, alto, flaco y con un traje militar azul marino, raído, con galones dorados y una gorra blanca. Nos recordó mucho a "Vacaciones en el mar".

De pronto el buque aminoró la marcha y viró unos grados. Me asomé por la amura de babor y vi que estábamos a muy poca distancia de un pequeño islote. Árido y, si hubiéramos estado a unas pocas millas, hubiera jurado que desierto; pero no. Una cincuentena de personas se agolpaban en un estrecho muelle de madera bajo el letrero: Puerto de Ruhundu. Hombres, mujeres, jóvenes, niños. Todos gritaban. El buque se colocó a unos pocos metros en paralelo al dique y vimos que eran vendedores.

Lanzaron un par de cabos a tierra para ayudar en la maniobra hasta que el costado del barco tocó el muelle. Pensamos que dejaría pasaje y recogería a otras personas que se dirigían a Bukavu, pero no. Las compuertas no se abrieron. Los que estaban en cubierta se avalanzaron a babor billetes en mano. La mujer del pañuelo de colores consiguió cuatro enormes piñas por 1.000 francos, el joven callado con pantalón de punto y aspecto de estudiante de derecho se hizo con cinco cajas repletas de pilas tipo transistor y la joven escotada con camiseta de leopardo compró unas rosquillas casi a ultima hora, cuando el buque empezaba a navegar. Pero la mejor compra fue la de un fulano bajito, con un traje oscuro y de listas blancas. El tipo, que parecía un vendedor de biblias a domicilio, compró, además de unas cuantas piñas, un pavo enorme que no se inmutó en todo el trayecto.

Me quedé absorto, sin entender muy bien la maniobra del buque y qué hacía aquella gente allí esperando. La escena me recordó a las novelas de Márquez. Confundido estaba hasta que Guillem, lúcido, me lo aclaró todo: "esto debe ser el área de servicio".

jueves, 27 de agosto de 2009

Ivancho en el Congo (V): Florence

Florence es menuda, casi frágil. Se sienta delante de mí y apenas me mira cuando lo hace. Agacha la cabeza y se arregla el pañuelo largo, de gasa verde, que lleva cubriéndole la cabeza. Asiente con ella a las palabras en swahili que casi le susurra al oído el traductor mientras busca a ciegas una de las puntas del pañuelo para hacerle un nudo.

Me llamo Florence. Florence Simpeze y tengo catorce años, añade antes de quedarse con la mirada fija en el suelo.

Florence vivía en Rutshuru. Aquella noche cenaba en su casa acompañada de su padre, su tía y su abuelo. Escucharon un golpe. Al volverse sólo les dio tiempo de ver la puerta abierta y a dos hombres uniformados entrando en la casa. Luego todo fue muy rápido.

Mataron a mi padre. Empezaron a golpear a mi abuelo… le partieron un brazo -cuenta Florence mientras aprieta nerviosa el nudo de su pañuelo. Luego me violaron. Me violaron delante de mi abuelo y del cadáver de mi padre. Aquellos dos hombres me violaron mientras el resto de la milicia atacaba mi pueblo y sólo se fueron cuando mi tía empezó a gritarles. Histérica. Llorando. Florence tenía once años cuando eso ocurrió.

Ella no sabe si fueron los hombres de Laurent Nkunda, la guerrilla tutsi del CNDP (Congreso Nacional de Defensa del Pueblo), cuyos hombres forman parte hoy del ejército congoleño, o miembros de las fuerzas armadas del Congo. O tal vez también pudieron milicianos del FDLR (Frente Democrático para la Liberación de Ruanda), grupo rebelde formado por los hutus que orquestaron el genocidio ruandés del 94. Poco importa ya.

La menuda Florence tampoco sabe que la organización Human Right Watch (HRW) (piedra en el zapato para mandatarios como Uribe, Chávez y el propio Kabila) señaló a la República Democrática del Congo como “el lugar más peligroso del mundo para las mujeres y los niños”. Precisamente por la violencia sexual. Y es que, según la misma entidad, durante los últimos seis años, 40.000 mujeres han sido violadas en Congo o lo que es lo mismo: 27cada día.

Florence también desconoce que la práctica totalidad de agresores queda impune. Libre. Bien por falta de jueces (están modificando el sistema judicial en este momento y no hay magistrados que se puedan hacer cargo de los detenidos), bien porque la justicia militar es débil y corrupta. Aún no se ha encarcelado a ningún mando militar por violación. Nada de eso sabe Florence y me temo que le importa relativamente poco.

Quiero aprender a coser. Así podré ganar algo de dinero y ayudar a mi tía y a mi abuelo. Eso es lo único que me preocupa. Eso y que la gente deje de señalarme y de reírse de mí. Lo hacen porque me han violado… y yo tengo que quedarme callada… ¿Qué más puedo hacer?

martes, 25 de agosto de 2009

Ivancho en el Congo (IV): Goma, in the middle of nowhere (y II)

Pero por si no fuera poco. A lado y lado de la calle, a menudo más un lodazal de intenso negro que otra cosa, se apostan mujeres sentadas en el suelo sobre mantas para vender frutas y hortalizas con mil moscas revoloteando alrededor. Otras se sientan sobre una pequeña caja de manera, con un cartón con el que abanicarse, ante otra caja un poco mayor donde ofrecen el pescado del día: grandes, pequeños, diminutos, fresco, ahumados, secados al sol, en salazón... La basura se acumula entre estos improvisados tenderetes y en los portales de las casas. Hay tramos en los que el olor se instala en las fosas nasales y ya no sale de allí hasta cuatro calles más allá.

Fotocopiadoras y generadores. A lado y lado de la calzada uno se topa con mesas de madera donde descansan fotocopiadoras conectadas a un generador de electricidad a gasolina. Una fotocopia 30 francos, 60 si es en color. Y pequeños quioscos destartalados de madera donde reparan, recargan y liberan celulares. Cualquier oportunidad es buena para ganarse unos francos… incluso hay niños que no levantan un palmo del suelo dirigiendo el tráfico con silbatos de plástico y colores pastel.

Es una lástima, tot plegat, como dicen en casa. Pues Goma tiene el privilegio de estar cercana a uno de los parques naturales históricos en el mundo, el de Virunga, y se ubica a orillas del inmenso, infinito y espectacular lago Kivu. Podría ser el paraíso: un lago inmenso en el que nadar y al que tienen vista los mejores hoteles de la ciudad (aunque hoy algunos carezcan de comodidades tan simples como una lámpara de noche o se corte la luz a cada rato), el parque de Virunga a un tiro de piedra, rutas de trekking con unos parajes increíbles, fauna, flora. Ya en la propia ciudad espacios para edificar, mano de obra dondequiera que se mire… y si me apuran, hasta garitos con onda poseen, lástima que hoy estén repletos de prostitutas y de tipos que manejan más dinero del que pueden asimilar.

Llegamos a Ishango. “Merci beaucoup”, le digo con un acento horrendo al motorista. Doy dos pasos y se me cuelgan dos mocosos del pantalón al grito de muzungu, muzungu (hombre blanco en lengua swahili). Sonrío y me digo “¿qué me hubiera pasado a mi si yo hubiese hecho lo mismo y me hubiera agarrado a las perneras un turista gringo de dos por dos en las Ramblas al grito de negro, negro?”… Y sí, también me hago una gracia tremenda.

Ivancho en el Congo (III): Goma, in the middle of nowhere (I)

Goma es el lugar más inhóspito que jamás me he echado a la cara. Llegamos a ella a través del paso fronterizo con Ruanda, desde una ciudad llamada Giseny. Un paso a nivel y apenas dos casetas de policías congoleños mal encarados. Pasando los controles se llega a un extremo de la avenida más grande de la ciudad: dos carriles, uno de ida y otro de venida, jalonados por enormes rotondas cada 200 o 300 metros.

El arcén está levantado en casi toda la pista, las piedras del subsuelo se confunden con la lava sólida de la última erupción del volcán Nyiaragongo, a unos pocos kilómetros de la ciudad, aún activo y en alerta amarilla (peligro). Y un molesto polvillo negro procedente de la geología volcánica lo cubre todo y se te mete por los orificios de la nariz hasta llegar a la garganta. También se adhiere molestamente a la piel y penetra en los ojos. Al final del día parece que uno tiene la línea del párpado inferior marcada con lápiz de maquillar…esta tarde ante el espejo del baño, entre el maquillaje volcánico y la barba de una semana me recordé a Aladino. Me hice mucha gracia.

Como les digo, esa es la mayor avenida de Goma. En el extremo donde nos encontrábamos se agolpaban los cambistas de dinero, los recargadores de tarjetas de teléfonos celulares, todos ellos bajo sombrillas de hierro oxidado y tela negra y mugrienta, vendedores de tabaco, buscavidas y la estación improvisada bajo un árbol de moto taxis, cuyos pilotos cazan cooperantes y periodistas a base de gritos y ademanes para que uno se aproxime. Lo malo es que uno se aproxima. “Hotel Ishango”, digo. “1.000 francs”, dice él. “D’acord”. El tipo se coloca mi bolsa con varios libros adentro y mi enorme portátil en su pecho, me dice que me siente con calma, pues es complicado hacerlo en una pequeña 125c.c. de marca desconocida con una mochila que ocupa casi lo mismo que uno a la espalda, y empezamos el trayecto.

Arrancamos y un enorme avión comercial pasa por encima de nuestras cabezas dispuesto a aterrizar en el aeropuerto de Goma, el ruido lo copa todo, se levanta una nube oscura de polvo, pues hace mucho viento, y nos cruzamos con un camión de la MONUC, la misión militar de la ONU, tras esquivar a un crío en chanclas de goma carcomida montando una bicicleta de manera, ruedas también de madera. “Esto es Saigón en el 67”, bromeo para mis adentros sin entender muy bien que tiene que ver el Congo con Saigón; pero qué quieren, también me hice mucha gracia.

Paralelas y en perpendicular a la gran avenida de Goma hay otras similares. No obstante, la ciudad se cuece en la maraña de calles sin asfaltar y casas, barracas, de madera que se encuentran entre esas grandes vías. La moto circula a trompicones. Las calles no tienen dirección definida y uno debe sortear al resto de moto taxis, deben haber unas 150 por metro cuadrado, a los todo terreno de las mil y una agencias humanitarias y de los hombre de negocios (hay muchos minerales por aquí) que hay en la ciudad, así como a mujeres (sordas a los cláxones, inmunes a los insultos) que caminan con hermosos vestidos y pañuelos de colores portando grandes cestas con la compra sobre su cabeza y enanos mocosos y sucios en las bicicletas de madera. También a policías de tráfico que, inmóviles en medio de la calzada, hacen cualquier cosa menos dirigir el tráfico, policías nacionales que hacen cualquier cosa menos proteger a los ciudadanos y soldados que hacen cualquier cosa (sobre todo emborracharse) menos cobrar su salario.

sábado, 22 de agosto de 2009

Ivancho en el Congo (II): La leche

Llevamos dos días en Goma. Mañana les explicaré cómo es Goma, la capital de Kivu Norte, al noroeste de la RD del Congo, pues hoy no hay tiempo, la conexión va a caer de inmediato. Así que sólo este peculiar episodio, dado que es fin de semana y hasta el lunes no empezamos a trabajar.

Imaginen la escena. Pub Soleil en la avenida principal de Goma. Antro de madera, caña y bambú. Mucho humo, traqueteo musical, una gran pantalla con un partido del Arsenal y un número demasiado elevado de fulanos con cara de pocos amigos. Entramos Guillem, el firmante y nuestro intérprete de swahili y linga. El tipo curtido y bragado, pues se ha comido los últimos años más complicados del conflicto congoleño. También bajito y barrigón. Entra seguro en la sala, con la cabeza alta y paso firme. Saluda a una currante de la noche y agarra por la cintura a otra a quien le ordena que nos tome nota.

Ella tarda. Nos atrincheramos en una mesa alta y ponemos a salvo nuestros equipos. Me da tiempo a dar un segundo vistazo rápido alrededor, ya saben, para saber por donde van a venir las sillas y las mesas si la noche se calienta. Billar americano con tres tipos como tres armarios roperos, dos prostitutas menores de veinte apurando sendos zumos, al final de la barra un fulano con aspecto de negociar con minerales para nuevas tecnologías y junto a nosotros un tipo de casi dos metros, flaco, con un sombrero de piel marrón, bufanda de lana (lo juro) roja al cuello y unos grandes lentes de pasta.

- Se parece a Nkunda, le digo a Guillem. Y reímos sin que nadie se percate.

El ambiente es tenso. Los tipos nos miran. Somos los dos únicos blancos y Guillem, el cabrón, lleva cola hasta media espalda. Así que pedimos la bebida mirando a la camarera fijamente, sin pestañear cuando se acercan las meretrices. Como muy duros, ya saben, a lo John Wayne... que tiene narices ir de John Wayne en el Congo.

-Una cerveza Primus para mi, digo.
-Sólo tenemos grandes, me dice la tipa. De casi un litro, añade.
-Esa es la quiero, le contesto como si me bebiera cada mañana una para almorzar.

Guillem pide lo suyo y nuestro intérprete, sin dejar de consultar su agenda electrónica, le dice a la pájara: "yo tomaré un vaso de leche, de los grandes... y que no esté demasiado fría, por favor".

Bienvenidos a Congo.

Ivancho en el Congo (I): La iglesia de Kigali

Disuclpen la contrariedad: Congo y Kigali. Kigali es la capital de Ruanda y yo, durante algo más de un mes, les hablaré de la República Democrática del Congo, antes Zaire. Aquí acabo de llegar, vía Ruanda (de ahí la incongruencia), con el fotógrafo Guillem Valle para realizar un reportaje sobre coltán, casiterita, tráfico ilícito, menores trabajando en minas, desplazados internos y mujeres violadas por miembros de las diferentes guerrillas y también del ejército congoleño.

No obstante, en esta bitácora no quisiera hablar sólo de eso. Por un lado, arruinaría la venta del reportaje y, por otro, permítanme que esto sea una vía de escape al mismo tiempo que les cuento y les dibujo escenas del día a día de la regiones de Kivu norte y Kivu sur. Aún así, empezaré con Ruanda.

Imagino que se acuerdan de Ruanda. Año 1994, casi un millón de tutsis y hutus pasados por el machete por la milicia hutu interhamwe tras el accidente o derribo del avión presidencial y las arengas de Radio Mil Colinas. Hombres, niños, mujeres, ancianos. Ruanda vio morir a mucha gente mientras la Comunidad Internacional miraba a quién sabe dónde. Todo eso lo recordé de golpe hace dos días en el Kigali Memorial Center.

La exposición permanente que alberga (ellos tienen claro que este tipo de episodios, en lugar de enterrase, deben permanecer en el recuerdo, al menos, para que no sucedan de nuevo) da un repaso a la historia de Ruanda. A como la colonia belga buscó y estableció diferencias físicas entre hutus y tutsis con medios que recordaban a la manera nazi de medir la fisionomía aria y hebrea, como Bélgica dio un trato de favor a una minoría perteneciente a la etnia tutsi, como les inculcó un catolicismo extremo y como defendió en ocasiones principios radicales y racistas que fueron usados más tarde por los hutus frente a los tutsis.

La exposición continuó. Llegamos a los paneles y fotografías del 94. Cuerpos macheteados, hinchados en ríos, quemados en las cunetas, mutilados en las morgues, etc. Y una fotografía de una iglesia, la de la Sainte Famille. Me resultó familiar. Se lo comenté a Guillem y caímos los dos en cuenta en que era la misma iglesia que está al lado del pequeño hostal donde nos hospedábamos en Kigali por cinco dólares la noche.

Leímos el texto que la acompañaba. Decía algo así como que los tutsis, aterrados por la crueldad de los interhamwe y por lo que creían ya inevitable decidían a menudo como última esperanza refugiarse en las iglesias. La de la Sainte Famille fue una de ellas. Su párroco, el Padre Wenceslao, de etnia hutu, abrió una mañana las puertas del recinto para un centenar de tutsis. Pero murieron allí quemados y macheteados después de que el propio cura diera la voz de aviso a la milicia hutu. No fue un episodio aislado.

Al salir del centro me fijé en la placa de agradecimientos por el apoyo a la construcción del edificio. Entre las instituciones que había destacaban la Fundación William Jefferson Clinton y el Gobierno de Bélgica. Recordé entonces el excelente reportaje de la PBS sobre el genocidio y las imágenes del General Romeo Dallaire, el responsable en terreno de la misión militar de la ONU para Ruanda, la UNAMIR, pidiendo unos pocos de miles de hombres más para detener aquello.

No hubo respuesta de la ONU, tampoco del ejército más poderoso del planeta, el de los Estados Unidos cuyo presidente era entonces Clinton. Su gobierno reconoció más tarde que no lo hizo porque tenía miedo de asistir un episodio similar al sucedido en Somalia hacía relativamente poco tiempo: el Black Hawk derribado y, luego, el cuerpo carbonizado de un marine arrastrado por una muchedumbre encolerizada por las calles de Mogadiscio. El gobierno belga también se mantuvo al margen.

Finalmente, la UNAMIR recibió 5.000 hombres más, pero su única misión allí fue evacuar al personal humanitario y diplomático, tanto europeo como norteamericano, y a parte del anterior gobierno hutu, incluso a algunos de los que idearon de la matanza. Si la ONU y su secretario general en aquellos días, Kofi Annan (el secretario teflón, le llamaban, porque todo le resbalaba), hubieran enviado ese contingente días antes, el genocidio se hubiera evitado, ha apuntado alguna vez Dallaire.

lunes, 10 de agosto de 2009

Agosto 2008 - agosto 2009

Señores, lo de cada año. Toca balance.

Living the crisis. Overcoming the crisis. Reuniones, reuniones y más reuniones... si no, no seria IO. Excelente y gratificante aprendizaje de lo que es un gabinete y una ONG por Fuhrmann & Contreras. De nuevo, la calle Olesa. Adiós a las cosquillas del estómago. Hola a la pequeña y singular Lunalú. Una noche en el calabozo. Barcelona en bicicleta. Pensamientos varios de mapas, rutas y dos años en el camino. Mind the gap, mind the gap, mind the gap... La trágica muerte de Dani. Lo poco que nos afectó. El Born o la eterna oficina. El skype (escape, via de) con mi compi. Más bodas de amigos y familiares menores que yo. Lessons of conversation. El último adiós a nuestro hombre en Bunga Raya. Se nos casó el gordo. Lo mucho que nos alegramos. Living the crisis again and overcoming it in Democratic Republic of Congo. Una nueva aventura profesional en África. Volver a los orígenes soltando lastres. Una noche de vino y rock and roll en el Liceu. Noches de Argelia. Ya tenemos cirujano en la familia.