domingo, 23 de marzo de 2008

Cosas que me gusta hacer (... aunque parezca un título pensado por la histriónica Coixet.)

Hace poco me preguntaron por aquellas cosas que me gusta hacer. Me quedé pensando y llegué a la conclusión de que nunca me había dado por hacer un recuento. Así que, sin más ambages, ahí va... Ya era hora.

1. Meter las manos en la arena de la playa y apretar fuerte los puños.

2. Sentarme en los bancos de una catedral o una iglesia pequeña y antigua, haya misa o no, sólo para pensar y estar tranquilo.

3. Preguntar en la agencia de viajes por los precios de un billete a algún lugar lejano aún sabiendo que no tengo previsto viajar próximamente

4. Viajar sin compañía.

5. Los aterrizajes de avión (y tomar vino a bordo).

6. Leer el diccionario.

7. Mirar, leer y trazar rutas en un mapamundi.

8. Oler el mar

9. Oler tierra mojada

10. Hacerme horarios con las tareas más absurdas.

(11. Morder)

jueves, 6 de marzo de 2008

El salmón y el Pantone




Leo en el blog de mi amiga de la posguerra que ya no come pollo, que es insípido, soso. Un coñazo de comida. Ni con ajos, ni con papas (porque ella es ya medio chilena), ni sin ellos. Que pasa. No más pollo y eso, dice Emma,que es guapa, guapa, guapa, la "jodía". Aventuro que, tal vez, también piense en esas granjas donde los embuten de grano. En esas leyendas urbanas de Kentucky Fried Chicken y esos engendros de pollo que son todo pechuga. Sin patas, sin alas, sin plumas. Sólo una gran bola de pechuga y un enorme pico con el que engullir el alimento. Sin ojos. ¡Puaj!.

Por mi parte, casi abandono el salmón. Dicen que ya no se come el que se comía antes; pero con qué alimento ocurre eso, no fastidien. La razón es otra. Sitúense: almuerzo de trabajo en uno de los restaurantes claves de mi ciudad. Mi jefa, mi directora y yo, por un lado. Por el otro, directivos de Greenpeace. Llega la carta. El menú. Joder. Segundos: atún y salmón. Joder. Joder. Joder. ¿Puedo tomar dos primeros?, dije.


Entre bocado y reivindicación ecologista, la directiva que se sentaba a mi lado me iba explicando lo que hacen las piscifactorías con los peces. ¿Sabes lo que es un catálogo de Pantone?. Claro, le digo. Un catálogo con infinidad de colores. Lo usan los diseñadores y los pintores de brocha gorda caros. Me mira satisfecha y suelta casi distraída: pues ocurre lo mismo con los salmones. Me atraganto con el vino y digo, ¿cómorrr?.

Pues eso. Resulta que en las piscifactorías tienen un catálogo con un millón y más de tonos rosados. Con tonos de color salmón. Al parecer, quienes comercializan con este pescado pueden escoger el color con que éste luzca en sus mostradores sobre impoluto hielo escamado. Más rosa, menos rosa, un rosa pálido, un rosa chillón, un rosa salmón, etc. Eligen el color y luego la piscifactoría se encarga de darle ese tono al pez por medio de colorantes en su alimentación. Hay que joderse.
"En realidad, el salmón de río es más bien blanquecino, el rosa viene de fábrica", me dice ella. En fin, yo la creí. Palabra de experto, ya saben. De todos modos, hoy compré salmón, casi fucsia, para una amiga que viene a cenar a casa. Qué cachondo.

miércoles, 5 de marzo de 2008

El comandante Reyes




En un una vieja caja con recuerdos, guardo la cinta magnetofónica en la que grabé la entrevista que le hice al comandante de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) Raúl Reyes bajo un bohío de la aldea de Los Pozos, en el departamento colombiano del Caquetá, hace ya unos años.

Por aquel entonces, octubre de 2001, Reyes -aquel tipo pequeño, barbado, de pelo cano y que echaba balones fuera como nadie- y el resto de algunos de "los muchachos" permanecían replegados y cómodos en la zona de distensión que les había concedido el ex presidente colombiano, Andrés Pastrana, durante las malogradas conversaciones de paz.

Igual de cómodo debía sentirse “El chino” -así le llamaban por lo rasgado de sus ojos- en la selva ecuatoriana de la Angostura, doce kilómetros adentro desde la frontera con Colombia, donde lo mataron el sábado pasado. A él y a otros dieciséis rebeldes.

El presidente de Colombia, Álvaro Uribe, excusa la injerencia militar con el presunto de una escaramuza en suelo colombiano que devino en huida de los rebeldes hacia Ecuador. Pero no. Los rebeldes dormían y el ataque, por tierra y por aire, fue por sorpresa. De ahí la ropa interior y los pijamas con los que aparecieron vestidos los cadáveres en las imágenes en televisión.

No defiendo a Uribe, es un tipo que sólo actúa de acuerdo a su modo radical de ver las cosas, sin escuchar, ni siquiera consultar, a nadie. Además, sus vínculos manifiestos con el paramilitarismo me lo impedirían (he perdido la cuenta de los congresistas de su partido encarcelados por ello). Pero, a pesar de todo, en esta ocasión comparto su postura.

Las FARC hace mucho que no son aquella guerrilla marxista que nació en el seno de un movimiento de campesinos honrados y valientes en los años cincuenta. Tan patentes como los vínculos de Uribe con las “desarmadas” Autodefensas Unidas de Colombia (ACU) son los de las FARC con el narcotráfico y los corredores de coca en Ecuador y Venezuela, los cuales controlan con el beneplácito táctico de los gobiernos de sendos países.

El presidente de Ecuador, Rafael Correa, ha enviado tropas a la frontera con Colombia para evitar otra incursión. Tropas a ese mismo espacio que había dejado libre de ejército y policía para que la guerrilla se moviera como pez en el agua y, según él, poder negociar a cambio la liberación de rehenes. Nada de todo eso, si es cierto, se había consultado antes con el gobierno colombiano.
Su homólogo en Venezuela, Hugo Chávez, lleva tiempo haciendo lo mismo. Pero éste, el autoconvencido sucesor del libertador Simon Bolívar, para sacar tajada del narcotráfico y el comercio de armas. Y como Correa, también ha enviado tropas a la frontera colombiana. Para evitar una acción militar del país vecino allí, dice. Para desviar la atención de la caída en picado que está sufriendo su popularidad y de los problemas internos que acucian a los venezolanos, diría yo.