Dicen de Alejandro González Iñárritu que siempre filma la misma película, que cuenta las mismas historias y del mismo modo. Eso es tan cierto como que De Niro interpreta siempre a De Niro, De Palma emplea siempre los mismos códigos y que John Le Carré escribió siempre la misma novela de espías. Sin embargo, a mí, ese tipo con aspecto de haberse educado en los mejores internados de la vieja Europa me sigue perturbando.
Me refiero al fragmento de Babel en el que Cate Blanchett recibe un balazo mientras está recostada sobre una de las ventanas del autobús, repleto de turistas infames, en el que atraviesa el Atlas marroquí. Antes, había acariciado la mano de su esposo, interpretado por Brad Pitt, tras cruzarse con un grupo de mujeres con el rostro oculto por un litham negro, vestidas de ese mismo color hasta los tobillos y descalzas. Acariciaba la mano reconfortada. Sabiéndose poseedora de una vida cómoda y desahogada. Feliz, o casi. Y de pronto, zas, la bala, el vidrio roto y sangre. Mucha sangre.
El desconcierto se apodera del pasaje, la mayoría gringos con cámaras digitales al cuello y vestidos como experimentados exploradores. Tripones y absurdos en medio del desierto. Gritos, jadeos histéricos, confusión. Un caos. Mientras, el vehículo se adentra en la aldea de uno de los guías. Un lugar donde las casas están hechas de barro, los hombres montan en asno y las mujeres cargan agua en cubos sobre la cabeza.
El rostro de Pitt basculaba entre el pánico y la incredulidad. "¿Pero cómo puede estar pasándome esto a mí?" parecía decirse. Entretanto, el resto de turistas pálidos y de carnes flojas miraban perplejos y aterrados al otro lado de las ventanas. Afuera del autobús. Afuera de la burbuja de cristal en la que siempre vivieron. Miraban con nerviosismo atento una sucesión de críos arapientos, caras ajadas, perros flacos y viejos en sandalias con pies callosos. El maldito mundo real. "¿Por qué me está pasando esto?", continuaba denotando la expresión de Pitt.
El primer mundo vive refugiado en la sociedad que ha creado para sí. En préstamos bancarios, hogares confortables, trabajos de ocho horas por lo general y con una salud a menudo férrea o con fármacos al alcance del bolsillo, si no es así. Se desconoce, por puro pavor, a veces; falta de interés, otras, y, a menudo, una combinación de ambas, que la mayoría de la población de este planeta vive entre la pobreza y la penuria. Que la mayor parte de los humanos malvive sin seguridad social, que aún hay personas que mueren de vulgares gripes, que hay muchachos en Palestina que sólo conocen su tierra en guerra, que madres parturientas mueren a puñados en África y que el sida hace estragos en ese continente y empieza a alcanzar cotas elevadísimas y preocupantes en Europa del Este. Aquí al lado.
Ese mismo mundo que aún hoy rie las gracias a perfectos hijos de perra como Chaves o Castro también desconoce que los refugiados no son sólo los de nuestra guerra civil. Que hay poblaciones de indígenas que cruzan a pie la frontera entre Colombia y Panamá perseguidos por guerrillas y paramilitares, que la vida de los que huyeron de Sudán a Chad aún sigue en peligro porque las milicias janjaweed cruzan también esa frontera para cometer terribles masacres, que el sudeste asiático está repleto de burdeles con menores trabajando dentro, que el sector textil chino hacina a trabajadores en las fábricas durante 15 o 16 horas diarias, sin seguro médico y con míseros sueldos que apenas son suficientes para un par de comidas al día.
El primer mundo desconoce que la vida, además de apasionante y maravillosa, también puede ser una hija de la gran puta. Por ello, a esa gente se le queda cara de estúpida cuando le diagnostican un cáncer, el sida, cuando un desgraciado le arranca la vida al volante de un automóvil o cuando un grupo de majaderos integristas le revienta las Gemelas en sus propias narices. Pero que diablos, eso siempre le sucede a otro, ¿verdad?.
1 comentario:
Excelente interpretación la de Brad y la de Kate en Babel, en eso estamos de acuerdo. Y de ahí la valoración que provoca la escena, sobre lo que tenemos y lo que muchos no tienen... La crítica hacia la ignorancia de todos los que formamos parte de la sociedad del primer mundo es inevitable. Y el tema de la tan desigual repartición de la riqueza, quizás la injusticia más grande del mundo.
La que comentas fue una de las escenas espeluznantes junto a otra, en la que aparece un niño tirando el arma al suelo y rendirse ante los soldados tratando salvar a su hermano, ya muerto. Absolutamente conmovedor. Lástima que otras historias enlazadas en la película no resultaran tan convincentes, en mi opinión...
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