jueves, 1 de diciembre de 2011

Sobre cambio climático, tipejos poderosos y desplazados en África


Se celebra estos días en Durban (Sudáfrica) la COP17, la conferencia anual sobre cambio climático. Si la pasada, la COP16 en México, tuvo como mayor logro la creación del Fondo Verde del Clima para financiar la adaptación al calentamiento global, tras esta edición se debería contar con recursos económicos para ponerlo de una vez en marcha. A pesar de que en la COP 16 los países más poderosos –y también los que más contaminantes- prometieron 30.000 millones de dólares con la aspiración de llegar a los 100.000 en 2020, sigue sin verse una moneda.



“No hay dinero, no hay de donde” dicen los gobiernos que se comprometieron. “Ya saben, la crisis mundial y todo eso”, aducen. Ante la negativa, la sociedad civil apuesta por dos nuevas y factibles fuentes de financiación: un impuesto a las transacciones financieras y una tasa al transporte marítimo y aéreo. Además, exigen, exigimos (una vez más), que las naciones poderosas cumplan sus promesas.

Por otro lado, los países, todos, deberían adoptar un compromiso para reducir sus emisiones de CO2. ¿Cómo dar respaldo legal, vinculante, a estos puntos? Renovando el Protocolo de Kioto, pues concluye dentro de muy poco y no sería bueno quedarse sin este organismo vinculante en materia de prevención del cambio climático. Es necesaria una segunda fase de Kioto y que con ella venga el compromiso de los que más contaminan.

Durban será un fracaso si no se llega a un acuerdo en estos puntos. Y todo apunta a ello, lamentablemente. Mientras el sector naviero ve con buenos ojos la tasa al transporte marítimo y apostar por buques menos contaminantes para no reducir los tráficos de mercancías, el sector aéreo se opone con un fuerte lobby al impuesto. Ni modo.

En lo que respecta a las bases del Fondo Verde Climático muchos países que lo ratificaron y que se beneficiarían de este, como Bolivia, pretenden ahora reabrir temas ya cerrados en la COP 16 en lugar de concentrarse en la búsqueda de ingresos que hagan funcionar este mecanismo.

Sobre el compromiso de reducir las emisiones de dióxido de carbono, existe un debate entre los países más poderosos y las economías emergentes como Rusia, China… Tanto unos como otros basan sus economías en combustibles fósiles, petróleo, por ejemplo, con lo cual las emisiones de todos ellos son tremendamente altas. El debate entre ellos es acerca de quién debería acometer la reducción mayor. Absurdo como decía el director de una de las ONG presentes en la cumbre. “Es como el chiste de los dos rabinos y la barca”, apuntaba. “Dos rabinos en una barca que hace aguas y se hunde inevitablemente. Uno de ellos ríe y señala al otro diciendo que el agua entra por su parte del bote”.

Ni qué decir de la renovación del Protocolo de Kioto, que cuenta con grandes opositores: EEUU, Japón, Canadá (que el primer día de la cumbre se desvinculó de esta iniciativa). Países que no quieren ningún instrumento que los obliguen a adoptar medidas y reducciones de emisiones. De hecho, EEUU fue el único país en su momento que no firmó el Protocolo. Ahora, países como Japón adoptan la postura del “yo no firmo, si aquel no lo hace”.

Rompo aquí una lanza en favor la Unión Europea (UE) que ha ido siempre más allá de sus obligaciones en este campo. La UE apuesta por Kioto; pero no quiere que su apuesta se quede sola. La UE sólo emite el 11% del dióxido de carbono mundial, así que no llegamos a ningún sitio sin que se le unan China, Rusia, EEUU, etcétera.

Así que a pesar de haber pasado un año y varias conversaciones sobre el clima en Bangkok, Bonn o Panamá, estamos en el mismo punto donde se cerró la COP16. Un desastre.

¿Quién paga el pato?
Los de siempre, evidentemente. O lo que es lo mismo: África. La Tierra se calienta, pero no se calienta igual por todos lados. África se lleva la peor parte, su calentamiento va varios grados por encima del resto del planeta. De ahí que se vea afectada por grandes inundaciones en unas partes y tremendas sequías en otras, como la que afecta al Cuerno de África, con 12 millones de personas hambrientas. Sequías y hambrunas derivadas del calentamiento global en el continente donde se encuentran la mayoría de los 50 países más pobres del planeta.  

Y detrás de estas cifras, personas. Las desplazadas por el cambio climático y por las guerras provocadas también por el calentamiento global, los mal llamados conflictos étnicos. Ser de una determinada etnia no te lleva a matar a machetazos a los integrantes de otra. Conflictos en Sudán, Somalia Chad, Etiopía… países todos ellos en la Franja del Sahel, donde más duro está golpeando la desertificación.  “Esa franja se lleva la peor parte cuando hablamos de sequía y desertificación. Hay una falta brutal de recursos como el agua en zonas donde hace 50 años este problema no existía. De ahí es donde vienen las causas principales de estos conflictos, de la lucha por los recursos naturales”, decía esta mañana en un encuentro con medios el portavoz de Oxfam José Barahona desde Durban.

Unos datos para finalizar. De los 500.000 refugiados de Darfur en Chad, buena parte de ellos se debe a la falta de recursos en las zonas donde habitaban. El 95% de la agricultura subsahariana, exceptuando Sudáfrica, depende de la lluvia y el 70% de la población subsahariana depende de la agricultura.

Las causas y las consecuencias recaen siempre en los mismos. 

Imagen de Pablo Tosco/Oxfam: Mujeres en busca de agua en Sur de Sudán.

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