Me gustaría escribir unas líneas en alabanza del domingo por la noche, de su carga metafísica, de la trágica alegría de su sinsentido. Porque lo digo alto y claro: nada hay más tonto y más sublime que perderse un domingo por la noche.
Lo que en verdad importa es que el pasado no fue nada, ni probablemente lo será el futuro; así que llega el domingo por la noche, y con él la tristeza de recuperar la sensatez, el timón de los asuntos con los que fingimos ser algo en la sociedad, la vida corriente, insípida para algunos, llena de plenitud para los menos. Sea lo que fuere lo que haya de llegar, el caso es que llega. Y nadie, ni el Tiempo, se estanca para siempre el domingo por la noche. O no.
Los domingos por la noche son la salida mansa de los cines, los restaurantes vacíos con camareros bostezando, engatusados con el aire. Y los resultados de fútbol y las caras marcadas de fatiga en terrazas que cierran. Y son también la música que no pudimos escuchar, la chica que no conoceremos y el deber de cumplir una nueva semana con un crédito mejor que los buenos propósitos rotos y una resaca de premio seguro. Algo nos susurran los domingos por la noche y lo hacen de forma severa: a lo mejor es un consejo infalible, o sólo la seducción dialéctica de nuestro Yago interior empujándonos a hacer el cafre por última vez. Lo cierto es que ahí está el domingo por la noche y hemos de tomar una decisión.
He visto las peleas de borrachos más desagradables un domingo por la noche, las escenas más tristes en avenidas despobladas, borrachos meando en los árboles y sirenas ululando hasta perderse en el confín de la ciudad. Pero también, y eso es lo importante, algún domingo por la noche me he enrolado en la tripulación de un bar que se convertía en la nave de los locos y decidía que la flor de la noche, de la vida, es para quien la merece. Ese domingo era, fue, siempre. Siempre. Cualquier noche.
Hay cosas que no tienen solución en esta vida. Una es la distinta manera en que nos obliga a amarla. Otra es que siempre llega el lunes. Otra es que nunca dejará de haber gente que decida que siempre es domingo, mientras las amigas y los compañeros de antaño hacen cuentas y planean majaderías pensando que sirven de algo. Para los campeones del domingo, siempre es demasiado pronto.
¿Y qué tiene que ver todo esto con nada? Que un domingo por la noche, en dos, fue cuando conocí a Eddy Collins y a Txiqui Navarro. Que Dios les guarde muchos domingos más.
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