Sitúense: Muñoz y Muñoz Jr. en la pequeña iglesia de la Merced de Oaxaca. Una planta, suelo de baldosa, madera, velas y poca luz. Un tipo de unos sesenta, enjuto, moreno y con mostacho negro barre los escalones que suben al altar.
- ¿Puedo hacer un par de fotos? Sin flash, claro, le pregunta Muñoz.
- Sí, sin problema, señor. No más apresurese. El muertecito está por llegar... Ay, no, mire ya está en la puerta.
Efectivamente, junto a Muñoz Jr., que esperaba paciente en la entrada del templo, alguien había dejado sobre una plataforma de metal con ruedas un ataud de madera, pintado de color celeste y con sencillos ribetes y adornos blancos.
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- Sé que es la pregunta del millón, decía Muñoz Jr. hace un par de noches a la camarera -grande y bonachona- de la cantina La Cucaracha, pero ¿qué diferencia exactamente al mezcal del tequila?
- Pos el destilado. El tequila se destila mucho más. Es como más refinado... Más perfumado... No sé. Y si no, huela...
La camarera saca de debajo de la barra varias garrafas de mezcal casero. Una de ellas con corteza de naranja dentro, otra con gusanos del maguey, la tercera con un alacrán y la cuarta llena con mezcal puro. Una a una las abre y se las acerca a Muñoz Jr., que huele el trago y asiente satisfecho y algo mareado.
-No sé si me entiende ahora, dice ella.
-Perfectamente, dice Jr.
-Pos eso, que el tequila es como perfume y el mezcal... El mezcal es para meros machos, mi rey.
Tras tamaña afirmación, Muñoz y Muñoz Jr. no tendrán más remedio en un par de horas que acudir a la citada cantina a dar cuenta de un par de vasos (o más) de mezcal... El del alacrán. A lo mero, mero.
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El pueblo de Santa Ana del Valle se encuentra a unos 30 o 35 kilómetros de la ciudad de Oaxaca. Una iglesia, un pequeño mercado, un breve museo y un puesto de tapetes y sarapes indígenas en la plaza central. De resto, poco más. Una cuadrícula de apenas ocho calles, vacías, empedradas unas y sin asfaltar la mayoría.
Unos pocos hombres morenos y de piel ajada tocados con sombrero beige, mujeres de pelo lacio con vestidos de motivos florales bordados a mano, vistosos y hermosos, y muchos, muchísimos, perros flacos, sucios y con secuelas de dentelladas en la piel.
El sol cae en vértical al mediodia, así que las calles permanecen casi vacías a esa hora. Es entonces cuando llaman la atención el gran número de pinturas y mensajes de sensibilización que hay en los muros del pueblo. "Lo que un niño no recibe, definitivamente no lo da", rezaba uno. "Si su tos tiene flema, puede ser tuberculosis. Acuda al centro médico", "La no violencia es un derecho indiscutible de la mujer", "Lave sus manos después de ir al sanitario", etc.
Sensibilización como la que hacen las ONG en lugares como Haití, Congo y Pakistán, me dije. Está bien ver que aquí no necesitan de estas organizaciones para tenerlo claro, pensé. Aunque también me llamó la atención que estuvieran sólo en español y no en náhualt y el resto de lenguas indígenas (esas que sí están en peligro de verdad) que también se hablan en la zona, pues Oaxaca es uno de los lugares con más pobalción india de latinoamérica.
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