martes, 3 de abril de 2007

Viajeros superexperimentados

Hay un par de agencias de viajes a las que soy asiduo, no tanto como yo quisiera (y menos ahora con las compañías de bajo coste floreciendo como setas); pero a las que siempre acudo cuando planeo un viaje a otro continente. El viernes estuve en una de ellas. La que se encuentra ubicada en la Plaza Universidad de mi ciudad. Viatgi, se llama. Muy recomendable. Muy baratos, los billetes.

Allí me encontraba, como les decía. Apoyado en el mostrador a la espera de que el tipo amable y eficiente que me atendió encontrara el precio más bajo a un billete ajustado a las fechas que le señalé. Tardaba. Normal: el maldito mes de agosto. No había mucha gente en la agencia, con lo que fue inevitable escuchar la conversación. "Claro, tía, es como si tú vas a Marruecos y te obligan a despojarte de un crucifijo, ¿sabes?".

Eran dos chicas. Una de ellas estaba de espaldas a mí, la más callada; pero veía como asentía a las frases de la otra, que por el calado de éstas debía ser, nada menos, que doctora en sociología. "Es super injusto, ¡jo!", continuaba. Vestía un pantalón de pana verde y ancho, que resaltaba aún más su extrema delgadez, un suéter de punto multicolor y un pañuelo largo y granate al cuello. Además, portaba una mochila de cuero, unas gafas de metal de lentes pequeñas y redondas y lucía un pelo corto, despeinado y grasiento. Rojizo, de tinte barato. Hablaba con ese aire resabido de los intelectuales bohemios. De esa pandilla de gilipollas que tan bien supo retratar Cortázar a través de Oliveira. En Rayuela, ya saben. O no.

Mi prima continuaba su disertación sobre el diálogo de civilizaciones cuando el chico que les ultimaba sendos billetes la interrumpió. No escuché lo que el discreto joven les requería. Pero contestó, como no, la chica de Rayuela. Me enteré de que viajaban a Quito (Ecuador), que si todo iba como "ella había planeado" se darían un "vueltón" por las Galápagos, que si la situación en la frontera lo permitía, les gustaría cruzar a Colombia y que "no había que preocuparse por las vacunas porque estaba segurísima de que hay una especie de acuerdo con el sistema de salud ecuatoriano". Como sabe todo el mundo.

Guau, me dije. Es una de ellos. Esa bendita estirpe de los viajeros experimentados. Aquellos que se manejan en los aeropuertos como en la salita de estar de su casa. Esos tipos que encajan tanto leyendo a Dante en un café del Trastevere, como remando en los manglares de Utría. Esa clase de individuos que vayan donde vayan saben siempre cuál es el mejor plato del lugar, cómo comerlo y con qué aderezarlo. Y lo hacen con la naturalidad y el savoir faire de quien lo ha hecho toda la vida. Esas personas que no se alteran un ápice cuando los retiene, por cualquier estupidez, un policía mal encarado, porque eso, a ellos, "les ha sucedido cientos de veces, querido". Aquellos que conocen (y comparten) las costumbres de un país al segundo día de haber llegado a él y que a la semana miran a los demás mochileros con la misma cara que nosotros miramos (lo reconozco) a esa pandilla de borregos rojizos que invaden en verano la costa catalana. Riete tú de Leguineche o de De la Quadra Salcedo, me dije. Esta tía sabe bien de lo que habla. Aquí hay nivel, Maribel.

Pagaron el billete y se despidieron. "Que la vuelta al trabajo no les resulte demasiado dura", les dijo el tipo de la agencia en un tono más mecánico que conciliador. "No, no te preocupes (siempre hablan de tú, siempre)", dijo. "Si estamos en paro, por eso nos vamos de vacaciones". Podría seguir dándole a la tecla; pero, ya ven, aún me estoy recuperando del comentario y éste daría para otra columna. O para dos.

2 comentarios:

Javier Monreal Malpesa dijo...

Excelente post. estas destrozado, pero tienes jodida lucidez, hermano.

Anónimo dijo...

Me encanta tu redacción, tienes madera! Te linkeo en mi blog tambien, cómo no!
besinhos