jueves, 3 de mayo de 2007

Un cuscús frente a la Puerta de Damasco

La conocí hace algunos años en Jerusalén. Entró en la estancia común de la pensión donde me hospedaba -un viejo edificio pegado a las murallas de la ciudad vieja- cargada de mochilas y con una camiseta blanca con las siglas de la organización gubernamental para la que trabajaba entonces impresas en la espalda.
Tú debes ser el periodista que estoy buscando.
Alcé la vista. Era menuda y flaca. Llevaba su cabellera rizada recogida en una coleta, eso hacía resaltar sus ojos vivarachos ya de por sí. Sonrió y me estrechó la mano.

Habíamos hablado antes por teléfono. Proyecto en Oriente Próximo, documentación, conferencias, amigo en común, intercambio de teléfonos, etcétera. Era el contacto ideal en la zona: española, residente desde hacía años en el país y con un alto cargo en una de las ONG más serias del panorama. Así que nos citamos la noche siguiente en un restaurante próximo a la pensión. Una jaima con mesas bajas, cojines y pipas de agua.
Visita los cuatro barrios de la ciudad vieja, me dijo. Empieza habituarte al país... si puedes, bromeó antes de salir a la calle.

Escogió una pequeña mesa con vistas a la Puerta de Damasco. Pedimos dos cervezas (siempre me gustaron las mujeres que beben cerveza), ella optó por un cuscús de pollo y yo la imité. Me habló de la Línea Verde, del Jerusalén Este y del Oeste y de la parte antigua de la ciudad. De como allí, las cosas, mejor o peor, funcionaban a pesar de la mezcla de religiones y razas. Empieza por Belén. Ahora está tranquilo y es poco probable que te encuentres con una escaramuza. Eso sí, respeta el toque de queda. Tienes cara de árabe.

Hablaba gesticulando mucho y enérgicamente. Se indignaba a cada frase cuando me contó las incursiones, unas cuantas cada mes, de los convoyes de su organización en Gaza y Cisjordania. Asomó la rabia a sus ojos cuando me explicó como agarró a un soldado israelí por su chaleco antibalas para que dejara de golpear a una mujer palestina en Hebrón, se mostró impotente al recordar un grupo de críos -no más de once años- esposados por querer saltarse un checkpoint cerrado sólo para ir a la escuela. Y con resignación me contó como a ella y a una compañera, un grupo de chavales con los que Israel nutre su ejército les apuntaron con el laser rojo de su armamento a la cabeza mientras tomaban té en la azotea de una familia palestina, en Nablús.

No creía que las causas perdidas se pudieran recuperar ni quería salvar el mundo. Simplemente, hacía bien su trabajo. Tenía códigos, reglas y vergüenza. Además, era una chica valiente. Ayer, no sé porque razón, me acordé otra vez de ella.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

...lo cierto es que no recordamos a quienes, en su labor por facilitar información de primera mano, viven en contextos poco amistosos, peligrosos... no imagino la experiencia... cuando empiezas a entender el entorno, te adaptas en objetivo o en subjetivo?

Anónimo dijo...

...esa delatadora pimienta negra a las seis de la mañana, ese sofá negro abrazando mi rún-rún de final de semana,... siento que mi estado fuera propio de bebé sedado por adormidera, a pesar de todo, un placer visitar tu casita, te veré el viernes en la puerta? espero que hagamos algo antes !