miércoles, 25 de julio de 2007

Un dragón en un tuk tuk

en Taxis del Mundo

El dragón dorado se balanceaba bruscamente colgado del retrovistor. Al ritmo de los socavones de la calzada iba de un lado a otro, zis, zas, sin detenerse. A veces, con la velocidad adecuada y si el bache era lo suficientemente hondo, la figurita se elevaba y se golpeaba contra el techo de lona del tuk tuk. Afortunadamente, era de lona, mi cabeza corría igual suerte que el pequeño dragón.

Empezaba a sospechar que aquel triciclo motorizado y con una frágil cabina anexionada había sido la peor alternativa para regresar al hotel desde el barrio de Patpong, en Bangkok. No obstante, también había sido la única. Patpong es el caos y encontrar allí un taxi resulta poco menos que imposible. Es el barrio nocturno de la ciudad: clubes, bares musicales, garitos sin oficio ni beneficio, mercadillos callejeros y carritos de comida donde encontrar desde bolas de pescado fritas en aceite recalentado a ristras de grillos asados.

Un silbido bastó para llamar la atención del conductor. “Voy a Khaosan road”, dije. “¡300 baths!”, dijo él, unos tres euros. Igual que con los taxis convencionales, el regateo resulta inevitable. Tras los cinco minutos de rigor, acordamos 150 baths La mitad del precio inicial. Los destellos de las luces se sucedían uno tras otro a una velocidad vertiginosa, el chofer zigzagueaba entre los automóviles y yo temía que la cabina saliera disparada de un momento a otro.

El conductor, a pesar de chapurrear a duras penas el inglés, mantenía su cabeza girada permanentemente para charlar conmigo. “¿Qué tal la ciudad? ¿Guapas chicas, verdad?”. Únicamente, miraba al frente cuando el estruendo de un claxon lo exigía. La peor opción para mi integridad física, pensé, la mejor para esquivar el intenso tráfico de Bangkok.

Llegué al hostal a los pocos minutos con media sonrisa esbozándose en mi rostro. En el fondo, todo aquello había resultado divertido. Aboné el importe y me despedí. “¡Ey!”, me gritó el chofer cuando me disponía a entrar en el motel. Me acerqué. “¿Quieres algo de opio?”, preguntó con voz queda. Descubrí a los pocos días que esa especie de pluriempleo era tan usual entre los conductores de tuk tuk, como los socavones en las calzadas de Bangkok.

1 comentario:

Anónimo dijo...

no sabia que tuvieras flickr