Acudo casi a diario a un complejo deportivo que hay junto a mi casa. Suelo ir temprano, de esa manera encuentro carriles libres en la piscina, por un lado, y, por otro, evito cruzarme con alguien que no sean los entrañables abueletes que van a nadar allí cada mañana.
Sucedió el otro día. Entré en el vestuario y los vi allí, los dos en bañador, con sendos gorros ajustados aún a la cabeza y secándose el rostro con sus toallas. Conversaban animados en una de las banquetas del vestidor. Pasé a su lado y logré escuchar que uno decía "visca la República" (viva la República), así que no pude evitar colocarme cerca de ellos y agudizar el oído.
Descubrí sus edades, 91 y 94 años. Uno de ellos, encarcelado durante la Guerra Civil y el otro a punto estuvo de acabar en Mauthausen. Logró escapar; pero me fue imposible escuchar cómo.
Antes de salir del vestuario oí que el que cumplió condena le decía a su viejo amigo: "i quan va arribar la democràcia em van donar un mil·lió vuitcentes mil peles, tu!" ("y cuando llegó la democracia, me dieron un millón ochocientas mil pesetas"). El otro esbozó media sonrisa y exclamó: "doncs a mi, a mi em van donar pel sac" (pues a mi, a mi me dieron por saco).
Y sonreí, por no llorar.
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