Normalizar cualquier actividad en este país es ponerle la etiqueta de criminal a quien la lleva, más o menos con asiduidad, a cabo. Me explico: legislaron la venta y consumo de tabaco (lo cual me parece más que razonable) y nos convirtieron a los fumadores en poco menos que en tipos fuera de la ley. Les aseguro que desde entonces cuando prendo un cigarrillo me siento como un cabrón despiadado responsable de tumores ajenos y bronquitis crónicas varias. Si no y si fuman, observen las mesas aledañas a la suya cuando enciendan un pitillo en un restaurante. Aunque este disponga de zona de no fumadores o, mejor aún, cuando es un local en el que se puede fumar en toda su superficie.
Han normalizado también el uso de la bicicleta en mi ciudad. Debes circular casi siempre de manera obligatoria por un carril bici, más o menos satisfactorio, y jamás hacerlo escuchando música, eso ya me parece más incomprensible... o quizá las personas sordas tampoco pueden montar en bici... ¿y si uno tiene el brazo escayolado?, en fin...
El caso es que hace unos días recogía mi bicicleta de uno de los incómodos aparcabicis que hay junto a mi oficina. Me disponía a tomar la calzada hacia la playa cuando, a tres metros del "aparcamiento" y tras casi caerme de la bicicleta porque un fulano despistado se me cruzo sin mirar (gracias a que mi velocidad no superaba el kilómetro por hora), un tipo de unos ochenta años malhumorado y que desconocía que si no hay carril bici y la cera es medianamente ancha, uno puede montar por ella, se paró junto a mi y empezó a increparme.
"Casi le das al señor en la pierna", me decía. "Si me llegas a dar a mi no sé lo qué te hago, pues tengo la pierna mala". "¿No te da vergüenza?", añadía. A cada frase el volumen y el temblor de su voz aumentaba y a mi eso me resultaba desconcertantemente cómico. Intentando calmarle, le dije "¿ha leído usted la normativa sobre bicicletas?". Ahora el desconcertado era él. "Pues esta cera es suficientemente ancha para que yo pueda montar mi bici, además, como ve, no hay carril bicicleta". Miró hacia la derecha y luego a la izquierda. "¡Naaaadaaaa!", gritó. "Eres un sinvergüenza. ¿De dónde eres?, ¡eh?", me preguntó golpeándome el antebrazo con muy mala leche y poca fuerza. Volvía a ser yo el desconcertado. "¿De dónde eres te digo? Seguro que en tu país no haces esto, seguro que allí te portas mejor..."
Y qué quieren, seguí mi camino y lo hice con la absoluta certeza de que el problema del jubilado no tenía nada que ver con mi bicicleta.
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