lunes, 10 de septiembre de 2012

Cuadernos vietnamitas: Motocicletas y noodles

Apenas dos días en la ciudad de Ho Chi Minh (HCM) y mantengo el tópico cansino de guías y bitácoras de viaje: en Saigón se estilan los noodles en cada esquina (literal, aguarden unas líneas a que les pase la fotografía) y las motocicletas. Muchísimas. La población urbana supera con creces los siete millones de habitantes -sube a los nueve si incluimos las zonas periféricas- y las motocicletas suman ya más de 3,5 millones. Hasta Piaggio se ha instalado aquí, lleva años, y las Vespas, antiguas y nuevas, son frecuentes en las calles. Y si no, vean el breve video de hace unos días cuando un semáforo cualquiera de la ciudad se puso en verde:


No diría que el tráfico es caótico. Tras un año y medio sobreviviendo en el Distrito Federal pocas cosas resultan caóticas, bulliciosas y contaminadas, que es como vienen describiendo a HCM la mayoría de viajeros que pasan por aquí. El tráfico es abundante, eso sí. Durante las primeras horas en la ciudad, apabulla y las motocicletas resultan de lo más temible. 
Las motocicletas y sus motociclistas, pues está el que habla por teléfono móvil, el que lee una valla publicitaria ante un paso repleto de peatones, el que lleva a su señora detrás, a un crío entre ellos y al hermano pequeño de éste de pie en la parte delantera agarrado al manillar; el que se hurga la nariz, el que transporta media docena de cajas de cerveza, la que se maquilla, el que circula en contravía intentando alcanzar la calzada opuesta y, mi favorita, la alienígena motera, aquí en la imagen:


Todo por evitar la polución de la ciudad. © Ivan M. García

Les hablaba de los noodles, que son esos excelentes fideos de arroz -fritos o hervidos- que se acompañan de cualquier otra cosa, verduras, marisco, carne, y que están deliciosos. Pero me refería, con lo de cada esquina, a este otro tipo de noodles… (La broma es pésima, lo sé.) 


Tendido eléctrico del distrito 1 de Ho Chi Minh. © Ivan M. García

La rana del mercado de Ben Trahn
Los pocos mercados que hemos visitado -hemos, pues viajo "empotrado" con una (excelente) cocinera- recuerdan a los recintos de Oaxaca, Puebla y los de otros estados del espectacular México entre otras cosas por sus pequeños puestos de verduras y hortalizas, colocadas impolutas y brillantes en un orden y simetría matemáticos.  

El mercado de Ben Trahn es uno de ellos. Ubicado en el distrito 1 de HCM te recibe con las tiendas turísticas de rigor y chécheres varios, para dejar paso a varias hileras de comederos donde desayunar pho bo, caña de azúcar envuelta en gambas, verduras frescas envueltas en papel de arroz… Luego, carnicerías de impecables baldosas blancas con presas de carne colgadas en ganchos metálicos, pescaderías con baldes burbujeantes en los que encontrar desde langostas azules a crías de tiburón pasando por erizos y caballitos de mar. Mujeres sentadas en flor de loto, desayunando sopa y rollitos fritos de primavera sin dejar de atender su puesto y sin dejar tampoco de abanicarse con el dorso de la mano, pues ya a las nueve de la mañana el sol se desploma con pesadez en la ciudad. De todos modos, nada de ello comparable a la rana que ante mis narices saltó despellejada -en un último acto heroico- huyendo del recipiente plástico donde habían acabado de arrojarla.

Un tirón con los alicates y la rana queda despellejada. © Ivan M. García

La guerra de América
La antigua Saigón es una combinación de edificios altos y bellos con construcciones de viviendas de dos o tres pisos, con fachadas sucias y balcones donde se amontonan todo tipo de enseres domésticos. Los callejones oscuros y húmedos en los que el vecindario almuerza en pequeñas -casi infantiles- mesas y sillas de plástico conviven con bares y restaurantes de grandes rótulos que se iluminan cuando cae el sol. Saigón también traspira Historia e historias. Y, si uno las busca, encontrará en cada esquina. Eso sí, olvidémonos de las películas, exceptuando claro alguna que otra discoteca donde las chicas vietnamitas experimentan una extraña e irracional atracción por todo aquel extranjero que aparece por la puerta. No obstante, nada a primera vista recuerda al supuesto halo de romanticismo perdedor de algunas de las imágenes de "Apocalypse Now" y "Platoon", ni tampoco a los cuadernos de Herr, si hablamos de libros. 

Y créanme, de ninguna de las maneras suena el tac, tac de la batería de Watts en "Paint it black" cuando bajas del avión y pones un pie en Saigón.  

Si por ahí van los tiros, y nunca mejor dicho, está el Museo de los Recuerdos de la Guerra. Una sucesión de fotografías sobre las protestas que se dieron en todo el mundo por la Guerra de Vietnam  -aquí conocida como la Guerra de América-, imágenes del conflicto en sí, piezas de armamento, mapas, gráficos y documentación sobre las torturas que las tropas estadounidenses -ya se practicaba el waterboarding- cometieron con el enemigo; pero también con la población civil. Y también pruebas de las masacres de Thanh Phong a cargo de un batallón de Seal Rangers comandados por el que terminara siendo senador, Bob Kerry, y la de My Lai, de la que hablaremos aquí más adelante

Pero quizá la prueba de la infamia que mueve en demasiadas ocasiones al ser humano es el espacio donde se muestran los efectos del armamento químico empleado por Estados Unidos. Entre 1961 y 1971, el ejército estadounidense roció Vietnam con 72 millones de litros de diferentes agentes químicos para entre otras cosas terminar con la espesa vegetación del país y evitar la guerra de guerrillas llevada a cabo por el Viet Cong. De esos 72 millones, 44 fueron del llamado Agente Naranja, según datos de la propia administración estadounidense. 

El Agente Naranja contaminó charcas, ríos y vegetación y se quedó allí durante años infectando el agua y los alimentos que la población consumía. Más de cuatro millones de vietnamitas se vieron afectados por este químico; así como no pocos soldados estadounidenses. La dioxina propia del Agente Naranja provoca malformaciones genéticas y daños cerebrales y permanece en el ADN por varias generaciones, por ello hoy en Vietnam siguen naciendo bebés con todo tipo de anomalías. Las fotografías, que también muestran casos de descendientes de militares americanos, son terribles. 

En realidad, todo lo que se exhibe en el museo es terrible. Deja la certeza de que el ser humano jamás aprende ni escarmienta y da pie a numerosas e incómodas preguntas. Por ejemplo, ¿qué hay de las violaciones de los Derechos humanos por parte del Viet Cong?

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