lunes, 26 de marzo de 2007

Walker se ha hecho cristiano

Llegamos a Camboya con la misión de conocer algunas historias de niños víctimas de abusos sexuales, y viajamos también con el propósito de entrevistar a algunos de los pederastas extranjeros que cumplen condena en la cárcel de Phnom Penh. Teníamos 30 días: muchísimo tiempo en términos de la inefable vertiginosidad que mueve al periodismo, poquísimo para llegar apenas a intentar echar un poco de luz a algo tan oscuro y complejo.

Mentiría si dijese que fui distendido, mentiría si dijese que no me sentí asustado. Era un reto hablar con los niños, ¡siempre es un reto hablar con ellos!, era un reto hablar con los pederastas. Recuerdo que en medio del barullo de la capital, todo el tiempo venían a mi cabeza las palabras que Chema Caballero había compartido con nosotros en Sierra Leona: hablar cura, pero no hay nada más difícil que hablar de ese tipo de abusos, que como un zumbido persiguen y marcan toda la vida de una persona, haya nacido en Freetown, en Phnom Penh o en Berlín.

Rorse es un niño que vive en una villa a las afueras de la ciudad, a unos 35 kilómetros, desde que una constructora forzó a su familia y a otras tantas a marcharse de la capital. Viven como pueden en medio de la nada: no hay árboles, no hay agua, no hay animales. Los padres no tienen trabajo y Rorse se gana unos rieles lustrando los zapatos de los turistas en Phnom Penh y vendiendo el fuego que enciende los inciensos de los devotos que llenan los templos budistas durante las fiestas religiosas.

Me cuenta que gran parte del dinero que gana al día (con suerte, unos tres dólares) se lo gasta en transporte, pero no hay alternativa; desde su metro de estatura -puede que tenga once años e incluso menos, es consciente de que si no viaja hasta la ciudad no hay ningún ingreso en la familia y no hay comida. Es muy tímido, sus ojos son enormes y tiene el hablar suave y pausado como la mayoría de los niños que conocimos. Explica que a la escuela va cuando encuentra tiempo y que le encanta jugar a la pelota con los amigos.

Las calles de Phnom Penh están llenas de niños como Rorse, ocupados de su propia supervivencia. El parque de diversiones New Garden, por ejemplo, es un punto clave para sacarse unos rieles, allí a diario acuden un montón de camboyanos y extranjeros a pasar el rato y los niños aprovechan para lustrar zapatos o vende rmangos.

Algún día del año 2005 hasta New Garden llegó el australiano Damien Walker, de 27 años, y convenció a Rorse para llevarlo a su apartamento de la capital. Lo llevó a Rorse y a cinco niños más, de los que abusó sexualmente en reiteradas ocasiones. Por ese delito hoy cumple una condena de diez años en la principal cárcel de Phnom Penh, donde comparte una celda de cuatro por cuatro con 14 personas más.

Se nota que Walker es profesor de inglés. Habla claro. De sus labios secos e hinchados salen palabras tremendamente firmes. Mira directamente a los ojos. Estoy mal, tengo una enfermedad, me dijo. Es muy difícil explicar lo que me ocurre. Recuerdo que el tiempo pasaba, yo crecía y sentía una enorme atracción por los niños. Estaba preocupado pero no me atrevía a hablarlo con nadie. Si hubiese hablado con alguien me hubiera quedado al margen de la sociedad. Australia era la muerte para mí.

Walker se ha hecho cristiano. Eso me está ayudando a vivir mejor. A la pregunta de si siente arrepentimiento de algo de lo ocurrido, responde categórico: sólo me arrepiento de no haber hablado con mi familia a tiempo, porque ahora estoy seguro de que me hubieran ayudado.

Camboya sigue siendo uno de los principales destinos asiáticos para los pederastas. Factores como la corrupción, la ignorancia, la pobreza y la impunidad juegan a su favor. Walker es un caso, pero los hay más organizados, redes poderosísimas cuyos millones de dólares muchas veces compran el silencio de las autoridades y hace que la jueces miren para otro lado.
Rorse ahí sigue en su lucha diaria, lustrando zapatos, sobreviviendo.

Desde Phnom Pehn (Camboya), José Gabriel Díaz

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