martes, 27 de marzo de 2007

El ganador


Gibrilla Bamba es nadador profesional. Participó, pese a su edad tardía para ello, en el recién culminado mundial de natación de Melbourne (Australia) representando a su país: Sierra Leona.
Bamba cubrió ayer los cincuenta metros braza.

Imaginen la escena. Pabellón hasta la bandera y el sierraleonés, que a duras penas ha podido entrenar en su país por falta de instalaciones, achantado hasta las cachas. Aún así, ajusta su gorro, abrocha su albornoz y camina hacia su carril. Se despoja del batín, coloca sus gafas blancas sobre sus ojos y sube a la plataforma de salida. La da tiempo a levantar la cabeza. Observa las gradas y sonríe nervioso. Luego, el pistoletazo de salida.

El resto lo pueden imaginar sin demasiado esfuerzo. Además, ayuda la instantánea. Las primeras brazadas van bien. Ha salido el último a la superficie y, a la segunda, el resto de competidores le llevan más de un cuerpo de ventaja; pero no se apura. Conoce sus limitaciones y sabe que su objetivo nada tiene que ver con el de esos jóvenes de veintidós o veintitrés años que nadan rápido en los otros carriles. Cuando él tenía esa edad, en su país, la gente moría a machetazos a manos de críos de doce años; pero eso es otra historia.

A mitad de piscina, casi todos los participantes han llegado al fin de la carrera. A Bamba le empieza a faltar el aire y una quemazón se apodera de su pecho. Sus movimientos se vuelven torpes, sus piernas se cruzan involuntariamente y en una de las zambullidas que caracterizan a esa modalidad, sus manos topan sin querer con las gafas que caen hasta la mitad de su rostro. Bamba no se desconcierta. El juez que atestigua la llegada está cada vez más cerca.

Recuerda como ha entrenado en ciénagas y en playas de la costa de su país. Como se ha levantado temprano para correr por caminos de tierra que devenían en lodazales en la estación de lluvia. Cae en la cuenta de que con lo que cuesta su pequeño bañador y sus gafas pueden comer varias semanas, en su tierra, él y su familia. Un atisbo de rabia hace presencia en su cabeza cuando, en una de las inmersiones, se le aparece la cara de incredulidad de muchos de los organizadores y vuelve a escuchar, en el silencio de la piscina, aquella broma solapada que dos nadadores se hicieron antes en los pasillos de los vestuarios. Pero no importa ya. Después de 55,11 segundos ha llegado al otro lado de esa piscina infinita. El primero lo ha hecho más de 25 segundos antes.

Bamba agarra sin fuerzas el borde la piscina. Arranca las gafas de goma, aspira hondo y mira el marcador: 55,11 segundos. Mira las gradas. El público, a esas alturas, sólo está pendiente del ganador. El africano toma impulso para salir del agua. Le fallan las fuerzas y debe ayudarse con las rodillas. Ya en tierra firme, arrodillado y con la cabeza baja vuelve a sonreír. Esta vez es una amplia sonrisa la que se dibuja en su rostro. Afirma con la cabeza y murmura algo. Se incorpora y mientras se vuelve a poner el albornoz se dirige a la zona de vestuarios con la mirada perdida y la sonrisa imborrable. Él, hoy, también ha ganado.

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