El jueves emitieron, en un matinal radiofónico, un reportaje sobre el uso de la lengua. Uno de los responsables de la Fundación Español Urgente afirmaba que para dominar un idioma o, al menos, para defenderse con él cuando uno viaja, si es que viaja, claro, basta conocer y diferenciar sin vacilar un millar de palabras.
A renglón seguido y con mucha sorna hacía referencia a los chicos que emplean expresiones como "qué fuerte", "cómo mola" o "qué palo me da ir ahora a currar". Es decir, la inmensa mayoría de personas ubicadas en la horquilla que va de los once a la treintena. Éstos, decía, "no tienen en su vocabulario más de 600 palabras, y con eso, una persona es incapaz de alcanzar un pensamiento abstracto".
El estado de la juventud en mi país es deplorable. Yo no llego a la treintena, así que no vayan a creer, ¡oiga!. Pero es que uno anda por la calle y los escucha hablar con esa desidia y de esas memeces que le dan ganas de envejecer diez años para que no le confundan con el enemigo.
A estas alturas, ya no me creo milongas sobre padres permisivos y consolas absorbentes. No fastidien, por favor, yo también tuve trece años. ¿Dónde pasan la mayor parte del tiempo los chavales hoy en día? Pues ahí está el problema. En las aulas. En la educación sesgada y fragmentada. En las absurdas y endebles reformas educativas con las que los sucesivos gobiernos de este país han dejado huerfanos de literatura e historia a los que se encargarán de manejar este tinglado el día de mañana. Si así nos va ahora... Charlen media horita, no más, con cualquier barbilampiño del norte de Europa y entenderán de lo que hablo.
Para muestra de este desfalco cultural, un botón. Hace unos días me quedé boquiabierto frente al televisor y con cara de memo (me sucede mucho últimamente cuando prendo la caja tonta). "El Ministerio de Educación suprime el cero en los exámenes; aunque el alumno lo entregue en blanco..." decía la noticia. Las razones que esgrimían eran varías: "así el chico no se desanima", "es una forma menos ofensiva de evaluar" y postulados por el estilo. El mundo de algodón que les estamos construyendo a nuestros vástagos, pensé. Así, qué coño, como no van a salirnos gilipollas de remate.
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