lunes, 11 de junio de 2007

Las muertes de Tirofijo




leído en www.farcep.org


Su muerte según las noticias que circulan en los medios de comunicación, en los cuarteles y en las altas esferas del gobierno, pudo ocurrir en uno de los días finales de octubre o en los primeros días de noviembre de 1965, en las horas de la mañana, en las horas de la tarde.


Según versión del corresponsal de El Tiempo en Neiva, Tirofijo fue herido desde un avión. El brazo le quedó inútil por la rotura de las articulaciones y el destrozo de los músculos. Tirofijo continuó entre el monte, y en contacto de fuego con tropas de tierra y fue alcanzado en una pierna por una ráfaga de fusil ametralladora. El encuentro ocurrió posiblemente en la zona de La Estrella, municipio de Ataco, Tolima. Sin drogas, ni elementos de curación, la pierna se gangrenó y la cuadrilla de antisociales después de errar por la serranía, resolvió buscar las cabeceras del río Atá, llevando en parihuela a Tirofijo.



Al occidente de la hacienda La Trigueña, la cuadrilla hizo un alto en su largo viaje y reposó en un rancho abandonado. Allí Tirofijo ordenó a sus hombres internarlo en un monte más espeso y abandonarlo, diciendo que su muerte era inminente y no debía él ser un estorbo para sus hombres. La cuadrilla no obedeció y continuó la marcha con lentitud.


"… la cuadrilla estaba integrada por 20 hombres heridos en su mayor parte, esqueléticos, hambreados, descalzos, con ropas convertidas en andrajos, en tal forma que con bejucos habían anudado los pedazos de tela de lo que fuera camisa y pantalones".
"Hay en este relato campesino un nombre geográfico, ambiguo e impreciso. La cuadrilla, dice la narración, hablaba de las cabeceras de 'Chiquilla' o 'Siquilá'. Pero se ignora si es un lugar de refugio o es un nombre simbólico dentro del argot bandolero".
"¿Con quién dialogó Tirofijo allí, ya moribundo y seguro de su muerte inmediata? ¿Cómo pudo la versión de este episodio salir del monte y llegar a la ciudad? ¿Por qué Tirofijo narró, allí en el rancho, cómo y cuándo había sido herido en el brazo y en la pierna y en medio de los agudos dolores solicitaba a sus hombres que lo tiraran al monte y se salvaran ellos?".

"Varios informadores -afirmó el coronel Currea Cubides- me han dicho que pueden localizar el sitio donde está enterrado Tirofijo, y ellos están en camino hacia aquel lugar, aunque la tarea es difícil por la topografía hostil y las dificultades de la marcha…". Insistió el coronel que "la recompensa ofrecida se entregará cuando se identifique el cadáver".


Los buscadores del cadáver de Marulanda salieron de madrugada para no perder tiempo. En la mirada portaban como señal, la imagen de un árbol conocido como la Ceiba Madre, que según los rumores que salieron de la montaña, había servido para que Marulanda descansara la dolorosa agonía, que había durado los últimos días de octubre y alcanzado algunos días del mes de noviembre. Ninguno de los hombres conocía el sitio preciso en que habitaba la Ceiba Madre.



Conocían de la Ceiba Madre algunas referencias: Ceiba de enorme sombra por su frondosa hojarasca y de tronco hueco que servía como refugio, hueco en el cual tres hombres juntos podían dormir en la noche; Ceiba anhelada por los hombres perdidos en la montaña, pues se conocía que en sus adentros no sólo encontrarían refugio, sino también leña seca para prender candela. Una Ceiba de tal naturaleza no era tan fácil localizar, más cuando en sus entrañas se ocultaba el cadáver del hombre que ansiosamente buscaban. Para ellos, no era simple cuestión de avaricia por el dinero de la recompensa, fe tesonera que moviliza los pensamientos de los hombres. Ellos, los buscadores del cadáver perdido, también vivían el deseo iluso de volverse hombres importantes ante la opinión pública por tan extraordinario hallazgo, en caso de lograrlo.
La duda era si aún se encontraba como un cuerpo insepulto, lo que podía ser posible por el frío húmedo de la montaña, que conservaba incluso, cuerpos intactos de animales muertos dos o tres años atrás. Unos opinaban que finalmente, encontrarían un esqueleto crecido en maleza, florecido en musgos, camino de hormigas arrieras, difícil de reconocerlo. Pero el más experimentado buscador de cadáveres, dijo que no era necesario preocuparse por cuestión tan baladí, pues él había conocido a Marulanda en vida y podía identificarlo por sus ropas, y quizás por algún rasgo físico que se conservara en sus huesos, y sobre todo, por sus dedos disparadores.
De camino los confundió la niebla espesa, al ocultar a mitad del día el rostro del sol. Dieron vueltas hasta que les llegó la noche como pesado fardo sobre los hombros. Acosados por la prisa madrugaron tras el trillo grande, que parecía una trocha abierta por un grupo de hombres en trashumancia. Al perder el trillo, caminaron bajo la lluvia intensa que cubrió de frío sus ánimos y sus cuerpos de pies a cabeza. En la tarde encontraron un árbol que imaginaron era la Madre Ceiba, por el abrazo supremo de los ramajes, por la corpulencia del tronco, por la quietud avasallante de su presencia. Pero en el tronco no encontraron hueco, tampoco encontraron el cadáver. Desconsolados pensaron que había sido un viejo ardid de un hombre astuto como Marulanda, que en las fiebres de su agonía, había previsto que después de muerto, algunos hombres intentarían buscar su cadáver. Entonces precavido, había ordenado a los suyos que cuidadosamente cubrieran el hueco de la Ceiba con la corteza desprendida de otros árboles, para evitar la profanación de su tumba. Los hombres observaron el tronco, pero no encontraron cicatrices de grietas de su profundo hueco. Con piedras golpearon la corteza para escuchar el sonido hueco que pudiera orientarlos y sólo vieron señales de cansancio en sus rostros.



Uno de los hombres gritó que había encontrado otra Ceiba igual. Un segundo gritó que había encontrado otra similar. Pero ninguna con la señal de hondura profunda en el tronco. Y no fue una alucinación, menos un espejismo lo que vieron en la languidez de sus miradas: los árboles con el avance y cubrimiento de la niebla, enflaquecieron en los troncos hasta convertirse en un nudo de enredaderas, infranqueable, que finalmente les impedía seguir el camino. El hombre más decidido en la búsqueda de cadáveres, ordenó silencio: dijo que le parecía haber escuchado el ruido de un hombre macheteando, monte adentro. Siguieron el ruido del macheteo, pero nunca pudieron alcanzar al dueño del ruido. El cadáver de Marulanda continuaba huyendo. Sus buscadores ya cansados por el trajinar del día, se dieron un abrazo de tristeza).


En El Espacio, periódico capitalino, durante tres días en el mes de noviembre de 1970, se insistió en la publicación de diversas crónicas sobre el rumor de la muerte de Manuel Marulanda Vélez, en un enfrentamiento con tropas regulares. La noticia daba detalles fidedignos de cómo habían ocurrido los hechos: en el combate murieron cinco de sus hombres y Marulanda había logrado escapar solitario, mortalmente herido en el pecho y en la pierna derecha. Tropas especializadas del ejército estaban detrás de las huellas de su sangre y pronto encontrarían el cuerpo desangrándose. Por la continuidad de las noticias, el rumor creció y terminó por configurar en la opinión pública, su total veracidad.


Uno de los hombres se agachó y observó detenidamente una mancha negruzca en la tierra, recogió un terrón y lo frotó en las manos como dándose calor, luego escupió dos o tres veces sobre el terrón, se mordió los labios y cuando terminó de frotarlo, dijo, pleno de seguridad en la mirada: es la sangre de Tirofijo. Yo conozco su sangre... No debe andar muy lejos. En marcha...


El Manuel Marulanda que ha estado firmando comunicados en nombre de las FARC no es el auténtico Tirofijo, sostiene Víctor Mosquera Cháux en el periódico El Siglo del 13 de junio de 1983. El expresidente de la República, dijo al periodista "que él conoció muy bien a Tirofijo cuando era gobernador del Cauca, época en que también se adelantaban gestiones de paz… "El hombre que han presentado en las fotos como Manuel Marulanda no es Tirofijo, dijo el legislador caucano, quien hizo esa manifestación con completos ademanes de seguridad …".
Ante las afirmaciones de Mosquera Cháux, el presidente encargado de la Comisión de Paz, John Agudelo Ríos, expidió la siguiente declaración: "Para los miembros de la Comisión de Paz no cabe duda de que Manuel Marulanda Vélez vive y que con él sostuvieron, en enero de este año, las conversaciones de paz que el país conoce".


Y la otra vez lo mataron las congas, gigantes hormigas de color negro y aguijón de veneno. Como no lo pudieron matar los operativos, ni los bombardeos de la aviación, ni el fuego mortal de los cercos militares, imaginaron su muerte en un ataque sorpresivo de congas iracundas en las selvas del Caquetá. Para un conocedor de estas hormigas la versión del diario El Tiempo de Bogotá no podía ser del todo descabellada. Si el aguijonazo de una sola, además del terrible dolor, provoca oleadas de fiebre, parálisis, espasmos y ganas de morir, un ataque en masa, como suele ser el de las congas, sería el suplicio, y también la muerte.


Decía El Tiempo de los Santos, que luego de varios días de deambular en agonía por las selvas inhóspitas del sur, cargado unas veces en camilla y otras en hamaca, Marulanda había expirado bajo el manto verde, alelado en la visión de su entrada triunfal a Bogotá al frente de sus huestes guerrilleras.


Pero esa historia se desvaneció en el fragor de los combates del sur, del oriente y del noroccidente… Todos supieron que seguía vivo cuando reapareció hablando de paz y de canje de prisioneros. La guerrilla tenía en su poder a 500 militares capturados en combate.
La última vez que fue visto Marulanda fue aquella tarde de fuego del Caguán, en las postrimerías de los diálogos de paz, cuando al despedirse de los periodistas que lo cercaban con sus preguntas, micrófonos y cámaras, les dijo con su refinado humor de siempre: "me voy porque está cayendo la noche, y como ustedes saben, por aquí hay mucha guerrilla".

Su muerte más reciente tuvo lugar en una crónica de la periodista Patricia Lara, en la que afirmaba con toda certeza y aguda intuición, que había muerto de cáncer de próstata. Relató los angustiosos e inútiles esfuerzos de sus compañeros de ideas y de armas por embarcarlo en un avión ambulancia que lo llevara hasta Cuba. Murió en el intento, dijo Patricia. Muerto de la risa Manuel Marulanda lo leyó en la montaña.


La próxima vez Manuel vendrá, estamos seguros, trayendo en sus cananas la nueva alborada del triunfo de este pueblo, llamado Colombia por Bolívar.

3 comentarios:

Donbeto dijo...

Llegué a tu espacio buscando retroalimentación sobre mis especulaciones en torno a "La Malinche", Cortés y mexicaneidad.
Súbitamente me encontré tu narración sobre "Tirofijo"...
Crudo, hiperrealista, directo, descarnado, deshuesado...me enganchó tu escritura.
Ya no tuve tiempo de buscar a la Malinche...
Saludo

Ivan M. García dijo...

El texto no es mío. como indico arriba lo encontré en la página en la red de la guerrilla de las FARC, o narco guerilla. No sé de quién es, pues nadie lo firma;quizña de alguno de los guerrillos que forman el área de comunicación. No sabe usted hasta qué punto está organizada esta gente!!
Gracias por pasarse por aquí.
Un abrazo

Ivan M. García

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