jueves, 13 de diciembre de 2007

Burkina en femenino



Decía Ryszard Kapuscinski en su libro Ébano que África no existe. Que "los grandes antropólogos jamás han hablado de cultura africana o de religión africana; sabían que tales cosas no existen, que la esencia de África consiste en su infinita diferenciación".

La cita encaja como anillo al dedo en el caso de Burkina Faso. Un país con más de cuarenta lenguas, aunadas paradójicamente por una europea: el francés. Con étnias antagónicas como los beul o los mossi, a las que se han sumado en los últimos años, debido al comercio y a la emigración, los libaneses y los chinos. No obstante, nada de ello ha servido para sacar a este plano y caliente país del tercer lugar en la lista de la ONU de los países más pobres del mundo. Y el último en acceso a la educación: el 50% de los jóvenes es analfabeto, según las estadísticas de la Administración.
Burkina Faso es un país eminentemente rural, las riendas del cual parece llevarlas, en la sombra, la mujer. Mientras que los hombres se levantan al alba para cultivar el mijo y el maiz, ellas lo han hecho antes para calentarles el agua del aseo y prepararles el desayuno. Luego, se encargan de los pequeños. Los bañan, los visten y los dejan listos para la escuela, si es que los padres pueden pagarla.
"Ellas tienen también su propio huerto en el que cultivan hortalizas y legumbres. Y algunas recolectan cacahuetes para sacar un dinero extra para la casa", explica Mamombou S. Tambouro, uno de los responsables de Producción de la ONG española Bibir. La organización monitoriza, entre otros, varios proyectos de agrarios en la región de Yatenga, al norte del país.
El trabajo no finaliza ahí. Tras cultivar su pequeño huerto, se dirigen a las plantaciones de maíz y mijo donde han trabajado sus esposos por la mañana. Allí escudriñan entre los restos de las plantas para conseguir algo más de grano. "Además, de camino a casa deberán recoger madera. Y agua, si es que no lo han hecho ya por la mañana", añade. Los pozos están entre a 500 y un kilómetro de distancia de los poblados. Al llegar a casa, la mujer finaliza su jornada poniéndola en orden, además de hacer la cena para la familia y la limpieza las jaulas de los animales.
La base de la dieta burkinabe consiste en una pasta de maíz o mijo aderezada con una salsa de hortalizas y legumbres. "La base como tal, no es demasiado rica, son los carbohidratos y uno no puede vivir de ellos toda la vida. Lo que aporta las vitaminas y las proteínas es la salsa. Salsa preparda por las mujeres y elaborada a partir de las legumbres y hortalizas que cultivan y recolectan esas mismas mujeres en su pequeño huerto", afirma Heleen, agrónoma belga que trabaja para la ONG española.
Ivonne tiene 17 años y es de etnia beul: alta, esbelta, de facciones suaves y con unos ojos enormes, oscuros y vivarachos. A pesar de las 12 horas que pasa en la escuela, de seis de la mañana a seis de la tarde, al salir, acude rauda a su casa a ayudar a su madre en la cocina. "Siempre lo he hecho", asegura mientras tuerce el gesto en una mueca de resignación.
Pero no es el peor caso. La escolarización de las niñas brilla, en muchas zonas del país, por su ausencia. Por ello, Bibir ha decidido hacerse cargo del coste del curso de las crías en las escuelas que esta ONG gestiona. "El porcentaje de chicos y chicas se va igualando; pero va lento. No se puede cambiar la mentalidad de esta gente ni en tres meses ni en tres años", asegura el director de la organización, el ex misionero, Chema Rodríguez.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Interesantísimo trabajo!!!
Cuesta ver el Mundo en Femenino, incluso por las mismas mujeres que no tienen voz propia. Es un duro trabajo traspasar la frontera, pero no imposible!!!

PauCar dijo...

Genial