martes, 25 de agosto de 2009

Ivancho en el Congo (IV): Goma, in the middle of nowhere (y II)

Pero por si no fuera poco. A lado y lado de la calle, a menudo más un lodazal de intenso negro que otra cosa, se apostan mujeres sentadas en el suelo sobre mantas para vender frutas y hortalizas con mil moscas revoloteando alrededor. Otras se sientan sobre una pequeña caja de manera, con un cartón con el que abanicarse, ante otra caja un poco mayor donde ofrecen el pescado del día: grandes, pequeños, diminutos, fresco, ahumados, secados al sol, en salazón... La basura se acumula entre estos improvisados tenderetes y en los portales de las casas. Hay tramos en los que el olor se instala en las fosas nasales y ya no sale de allí hasta cuatro calles más allá.

Fotocopiadoras y generadores. A lado y lado de la calzada uno se topa con mesas de madera donde descansan fotocopiadoras conectadas a un generador de electricidad a gasolina. Una fotocopia 30 francos, 60 si es en color. Y pequeños quioscos destartalados de madera donde reparan, recargan y liberan celulares. Cualquier oportunidad es buena para ganarse unos francos… incluso hay niños que no levantan un palmo del suelo dirigiendo el tráfico con silbatos de plástico y colores pastel.

Es una lástima, tot plegat, como dicen en casa. Pues Goma tiene el privilegio de estar cercana a uno de los parques naturales históricos en el mundo, el de Virunga, y se ubica a orillas del inmenso, infinito y espectacular lago Kivu. Podría ser el paraíso: un lago inmenso en el que nadar y al que tienen vista los mejores hoteles de la ciudad (aunque hoy algunos carezcan de comodidades tan simples como una lámpara de noche o se corte la luz a cada rato), el parque de Virunga a un tiro de piedra, rutas de trekking con unos parajes increíbles, fauna, flora. Ya en la propia ciudad espacios para edificar, mano de obra dondequiera que se mire… y si me apuran, hasta garitos con onda poseen, lástima que hoy estén repletos de prostitutas y de tipos que manejan más dinero del que pueden asimilar.

Llegamos a Ishango. “Merci beaucoup”, le digo con un acento horrendo al motorista. Doy dos pasos y se me cuelgan dos mocosos del pantalón al grito de muzungu, muzungu (hombre blanco en lengua swahili). Sonrío y me digo “¿qué me hubiera pasado a mi si yo hubiese hecho lo mismo y me hubiera agarrado a las perneras un turista gringo de dos por dos en las Ramblas al grito de negro, negro?”… Y sí, también me hago una gracia tremenda.

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