martes, 25 de agosto de 2009

Ivancho en el Congo (III): Goma, in the middle of nowhere (I)

Goma es el lugar más inhóspito que jamás me he echado a la cara. Llegamos a ella a través del paso fronterizo con Ruanda, desde una ciudad llamada Giseny. Un paso a nivel y apenas dos casetas de policías congoleños mal encarados. Pasando los controles se llega a un extremo de la avenida más grande de la ciudad: dos carriles, uno de ida y otro de venida, jalonados por enormes rotondas cada 200 o 300 metros.

El arcén está levantado en casi toda la pista, las piedras del subsuelo se confunden con la lava sólida de la última erupción del volcán Nyiaragongo, a unos pocos kilómetros de la ciudad, aún activo y en alerta amarilla (peligro). Y un molesto polvillo negro procedente de la geología volcánica lo cubre todo y se te mete por los orificios de la nariz hasta llegar a la garganta. También se adhiere molestamente a la piel y penetra en los ojos. Al final del día parece que uno tiene la línea del párpado inferior marcada con lápiz de maquillar…esta tarde ante el espejo del baño, entre el maquillaje volcánico y la barba de una semana me recordé a Aladino. Me hice mucha gracia.

Como les digo, esa es la mayor avenida de Goma. En el extremo donde nos encontrábamos se agolpaban los cambistas de dinero, los recargadores de tarjetas de teléfonos celulares, todos ellos bajo sombrillas de hierro oxidado y tela negra y mugrienta, vendedores de tabaco, buscavidas y la estación improvisada bajo un árbol de moto taxis, cuyos pilotos cazan cooperantes y periodistas a base de gritos y ademanes para que uno se aproxime. Lo malo es que uno se aproxima. “Hotel Ishango”, digo. “1.000 francs”, dice él. “D’acord”. El tipo se coloca mi bolsa con varios libros adentro y mi enorme portátil en su pecho, me dice que me siente con calma, pues es complicado hacerlo en una pequeña 125c.c. de marca desconocida con una mochila que ocupa casi lo mismo que uno a la espalda, y empezamos el trayecto.

Arrancamos y un enorme avión comercial pasa por encima de nuestras cabezas dispuesto a aterrizar en el aeropuerto de Goma, el ruido lo copa todo, se levanta una nube oscura de polvo, pues hace mucho viento, y nos cruzamos con un camión de la MONUC, la misión militar de la ONU, tras esquivar a un crío en chanclas de goma carcomida montando una bicicleta de manera, ruedas también de madera. “Esto es Saigón en el 67”, bromeo para mis adentros sin entender muy bien que tiene que ver el Congo con Saigón; pero qué quieren, también me hice mucha gracia.

Paralelas y en perpendicular a la gran avenida de Goma hay otras similares. No obstante, la ciudad se cuece en la maraña de calles sin asfaltar y casas, barracas, de madera que se encuentran entre esas grandes vías. La moto circula a trompicones. Las calles no tienen dirección definida y uno debe sortear al resto de moto taxis, deben haber unas 150 por metro cuadrado, a los todo terreno de las mil y una agencias humanitarias y de los hombre de negocios (hay muchos minerales por aquí) que hay en la ciudad, así como a mujeres (sordas a los cláxones, inmunes a los insultos) que caminan con hermosos vestidos y pañuelos de colores portando grandes cestas con la compra sobre su cabeza y enanos mocosos y sucios en las bicicletas de madera. También a policías de tráfico que, inmóviles en medio de la calzada, hacen cualquier cosa menos dirigir el tráfico, policías nacionales que hacen cualquier cosa menos proteger a los ciudadanos y soldados que hacen cualquier cosa (sobre todo emborracharse) menos cobrar su salario.

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