Las regiones de Kivu norte y Kivu sur suman más de dos millones de IDP, por emplear los anglicismos de las ONG. Internal displaced people. Población interna desplazada podría ser una buena traducción. Población porque se refiere a personas, familias, viudas, huérfanos, mutilados, etcétera. Interna porque son parias en su propio país, víctimas de un conflicto que atañe al menos a tres naciones de la región de los Grandes Lagos y donde llevan pagando los mismos demasiados años. Y desplazada porque han debido abandonar sus hogares, sus pequeñas parcelas de tierras, sus ínfimas posesiones y, en ocasiones, sus familias para huir de una guerra librada hasta hace bien poco por tres guerrillas, el destartalado ejército congoleño y el ruandés.
Imaginen el efecto en poblados perdidos en el monte -bush lo llaman aquí-, incomunicados o si no lo están, conectados por caminos que devienen en puros lodazales en la época de lluvias. Con casas de madera, en el mejor de los casos, de barro y paja o mantenidas en pie a duras penas con lonas del UNHCR compradas de segunda o tercera mano. Ya saben, el África de Informe Semanal pero en vivo y en directo. De verdad.
Imaginen el efecto en poblados perdidos en el monte -bush lo llaman aquí-, incomunicados o si no lo están, conectados por caminos que devienen en puros lodazales en la época de lluvias. Con casas de madera, en el mejor de los casos, de barro y paja o mantenidas en pie a duras penas con lonas del UNHCR compradas de segunda o tercera mano. Ya saben, el África de Informe Semanal pero en vivo y en directo. De verdad.
Tras su huida, los desplazados se asientan y levantan chozas y barracas a las afueras de las grandes ciudades, en las zonas menos ricas del país (donde escasea la casiterita y el coltán) o junto a las grandes vías de comunicación. Allí donde no llega la guerra. A las afueras de Goma, encorsetado entre el volcán Nyiaragongo y la carretera, cuyas cunetas están trufadas de palma, se encuentra el campo Mugunga I, gestionado por el UNHCR y donde parecen trabajar todas las ONG del mundo.
Un cartel de prohibido portar armas -un Kalashnikov dentro de un círculo rojo y bajo una X del mismo color- preside la entrada del campo. Más allá, un par de carteles de organizaciones humanitarias, uno de ellos previniendo del abuso sexual por parte de cooperantes, también una decena de vehículos todo terreno, una pequeña y destartalada caserna de policía y una improvisada sala de maternidad financiada por UNICEF y el WFP, ambos organismos de Naciones Unidas. Afuera de ésta, una treintena de mujeres y sus treinta hijos guardan turno para entrar. Cuando lo hacen, los pequeños son pesados en una báscula de gancho por dos rollizas enfermeras que, tras anotar el peso del vástago en una libreta, lo hacen también en el antebrazo de la madre.
Alrededor de este peculiar centro materno filial, otras mujeres esperan sentadas en el suelo con los críos en brazos. Muchos de ellos con mechones de cabellos casi rubios. Claro síntoma de desnutrición. Van descalzos, algunos, con chanclas de goma desgastadas, otros. Todos, llenos de mocos y de polvo. Curiosamente sólo uno de ellos llora. El resto de madres permanece en silencio y la que de veras alborota es una oronda enfermera que demanda unos billetes a este cronista. Muzungu aquí es sinónimo de dinero fácil.
El interior del campo es una cuadrícula infinita donde cada cuadro es una choza de unos cuatro metros de largo por uno y medio de alto y ancho. Están hechas de ramas de árboles, maderas, pedazos de troncos, hojarasca, piedras volcánicas y de las sempiternas lonas del UNHCR. A algunas de ellas les han añadido una puerta fabricada de latas de aceite de la agencia USAID. Unas latas plateadas en las que está escrito en letras azules y rojas: USA. Refined vegetable oil. Vitamin A fortified. USAID. Entre estas tiendas, donde en ocasiones cohabitan hasta diez miembros de una familia, y a cada cierta distancia, se hallan las letrinas levantadas por varias ONG, en su mayoría por Oxfam International, para evitar el cólera en los campos.
El terreno es irregular, duro, pues la lava procedente de la ultima erupción del volcán aún permanece cubriendo el suelo de esta zona. “Si tuviésemos una nueva erupción, los desplazados serían los primeros en morir. A los primeros a quien alcanzaría la lava”, comenta un trabajador del ACNUR.
Una mujer pasa con un niño atado a su espalda con una enorme tela de flores. Porta un paraguas de colorines, sucio, para protegerse del sol. Se cruza con un hombre que, altavoz en mano, convoca a gritos a la población del campo para el comité de higiene. Allí se realiza la sensibilización para usar debidamente las letrinas, para lavarse las manos antes de cocinar y antes de comer, para saber qué agua emplear en las comidas y cómo. Y sobre todo, los peligros de preparar el sustento dentro de las tiendas. Los incendios de éstas son frecuentes en los campos.
2 comentarios:
Niño, ¿y estás conversando con los refugiados? ¿qué dicen? ¿qué opinan? ¿crees que tienen espacios para decidir sobre sus vidas? ¿tienen esperanzas?
Cuídate!
Eso lo guardo para el reportaje, que si no, no lo vendo!!!
Pero es difícl decidir sobre tu vida cuando no tienes nada y cuando el lugar dinde has vivido toda tu vida ha devenido en un campo de batalla.
Un abrazo
Ivan
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