
El primer consejo que nos dieron al llegar hace ahora casi un mes a Goma fue: “si estáis en un bar y veis entrar a un soldado borracho, corred.” El consejo venía de uno de los responsables de prensa del ACNUR, así que, a pesar de ser un periodista, me pareció un consejo útil. “El año pasado me vi de bruces en el suelo mientras un militar se dedicaba a tirotear el techo de este mismo local”, añadió. Justo dos días después en un garito llamado Doga, tomando un café e intentando enganchar la línea wi-fi, nos topamos con un milico de cerveza hasta las cejas que nos reclamó varios billetes de dólar. “Vengo de la guerra”, decía el cabrón, mamado sin remedio. No portaba arma, quizá la había perdido, el muy imbécil, tres bares más allá, así que la cosa no pasó a mayores.
El caso es que les podría decir que lo que más he temido en este viaje (en pocos días se acaba) ha sido (episodio del bastión del FDLR aparte) cruzarse con un grupo de soldados con boina y gafas oscuras. Les podría decir que prefiero toparme con un frente de la guerrilla ruandesa en pleno monte al anochecer que con uno de estos tipos borrachos jugando con su AK-47. Quizá porque están mal entrenados y son indisciplinados hasta la médula, porque no cobran y cuando lo hacen no ingresan más de 30 dólares mensuales, etcétera. Eso explica muchas cosas.
Les podría decir todo eso, pero les mentiría. Pues lo que de verdad me tiene atemorizado hasta el tuétano son las temibles “moto taxi”. Motocicletas de 125 centímetros cúbicos de fabricación india, chasis plástico y multicolor y de estabilidad nula. Los taxistas suelen ser muchachos jóvenes, sin licencia -“es más barato pagar la mordida al poli”, le decían a Guillem hoy- y sin idea de conducir, ya saben, un taxista al uso.
Las avenidas de Goma tienen un carril sentido ida, uno sentido vuelta y un tercero, el carril multi sentido. Justo entre el de ida y el de vuelta. En ese convergen sobre todo motos, bicicletas y algún peatón despistado y cargado de sacos de grano o bidones amarillos llenos de agua. Además, el taxista de las moto taxi tiene especial tendencia a tomar ese carril deviniendo todo en un zigzagueo permanente con el fin de evitar llevarse por delante a otra moto, a una bicicleta o al bendito peatón. Todo eso sin casco y a la máxima velocidad posible. A los cabrones les va la marcha.
El moto taxista también es propenso a invertir el orden del acelerón y el frenazo. Es decir, uno va detrás, de paquete, a 70 kilómetros por hora, con lluvia, sin casco y de noche (que ya hay que ser estúpido) y mira acongojado sobre el hombro del conductor para ver como un mono volumen accede al arcén mojado, ves también que te separan diez metros del vehículo y sientes el acelerón espontáneo del piloto previo pitido del claxon. A eso también son propensos estos tipos. Lo mismo ocurre cuando un peatón cruza la carretera.
Guillem y el que les escribe nos vemos obligados a tomar una media de cuatro veces al día este modo de transporte. Así que hemos conseguido relativizar el peligro… y el valor de nuestro propio pellejo. Me explico, al principio apretábamos fuerte las piernas contra el chasis de la moto a cada giro de manillar, mientras camiones y 4X4 pasaban veloces a pocos centímetros de nuestras rodillas. Nos asíamos con toda nuestra alma a las agarraderas de la parte trasera de la moto cuando ésta se tambaleaba a cada profundo socavón de las calles de Goma, cerrando los ojos y esperando estamparte a un poste de una farola fundida o una caseta de recargas de teléfonos móviles de chapa oxidada, no sería el primero en palmar de esa infección aquí este mes. El caso es que ahora todo eso, ese peligro, es relativo. Si nos chocamos con otra moto, pensamos, todo bien. Los vehículos están en igualdad de condiciones y en cuanto a los que vamos montados en ellos, creo que Guillem y yo llevamos las de ganar en el impacto. Ellos son bastante flaquitos y poca cosa.
Si el golpe es contra un automóvil, la cosa no puede ir más allá de unas magulladuras, los socavones no dan lugar a que suela circularse a una velocidad demasiado elevada. Así que, si uno está alerta y tiene reflejos, puede salvar la dentadura sin demasiados problemas. Si el otro implicado en el siniestro es un 4X4... Esa posibilidad la descartamos, suelen ser de ONG internacionales y tenemos fe que el que va al volante sí tiene carné de conducir y frenará al tiempo (eso es si es fe y no lo de los católicos).
Están también los camiones. Mi teoría nos deja a salvo, o casi. Todo va bien si lo golpeamos por detrás. El primero en comérselo es el conductor de la moto. Nosotros, a lo sumo, nos comeríamos su casco y, créanme, tiene más resistencia un orinal. Pero claro, el camión puede venir de frente (la mayoría de las veces es así). Camiones cargados más de la cuenta, con el remolque de un lado a otro de la calzada debido precisamente a ese peso. Con los neumáticos más que gastados, frenos (apuesto) que sin revisión alguna, a velocidad excesiva…. Entonces, entonces sí, sería la manera más estúpida de morirse.
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