sábado, 19 de septiembre de 2009

Ivancho en el Congo (y XVI): Aunque no les importe demasiado (y II)

El post anterior no es más que una mera licencia que me he permitido tomar. Es pura anécdota, episodios sin importancia que pueden suceder en cualquier viaje, escenas que uno recordará siempre y cuya única función es arrancar alguna que otra sonrisa. Pero esto es un blog y los que lo visitan son por lo general pocos, amigos y familia, así que creo que la entrada, a pesar de su ínfima relevancia informativa, tiene cabida.

Sí es cierto que la República Democrática del Congo es el lugar más complicado en el que he trabajado. Nada aquí es puro trámite, todo es lento, difícil y caro. Siempre es necesario un plan B, otro C y hasta uno D. El contratiempo es rutina, la desgana deporte nacional y los tiempos mucho más dilatados que en el resto de África. Al menos, que en los países que conozco, entre ellos Sierra Leona. El contexto es especialmente hostil para el trabajo de periodista, más de lo esperado y calculado. Siempre se carece de uno de los permisos necesarios o siempre hace falta unos pocos francos de más, nunca es posible reportar sin antes informar a un departamento gubernamental más, el alquiler de un 4X4 son 100 dólares al día; pero hay que llenar el depósito, 40 dólares, y pagar al conductor, 20 más, que no va a llevarte a ningún lugar más allá de las cinco de la tarde porque empieza a anochecer y “dicen que por esta zona hay mucha guerrilla”. Es duro, sí, pero esto es África y no podría ser de otro modo.

El escenario más complicado en el que he trabajado, les repito; pero el más apasionante. El más complejo, el más interesante, el que más retos ha supuesto y del que me llevo más historias recogidas en el cuaderno. El trabajo duro y peligroso de los mineros de los Kivu congoleños, a menudo aún niños, jugándose el pellejo en las minas, a 70 metros bajo tierra, sin sujeciones, sin estructura que evite un derrumbe, ganando unos pocos francos al día para que sean otros los que ganen de verdad. El gobierno ruandés, por ejemplo, la guerrilla del FDLR, militares congoleños convertidos en tiranos corruptos y alcaldes de zonas mineras que envían minerales a la frontera ruandesa a través del lago Kivu, evitando tasas e impuestos y llenando su bolsillo.

El valor, o quizá el hastío, de aquellos que están ahora abandonando los campos de desplazados donde han malvivido los últimos años para regresar a sus poblados, a pesar de que los combates entre las Fuerzas Armadas de la RDC y el Frente Democrático para la Liberación de Ruanda siguen provocando dramas en los que los protagonistas son campesinos muertos, mujeres violadas e infancias maltrechas. Regresan y saben que deberán dormir en el bosque para que no los maten cuando entren a saquear sus casas, independientemente de quien las saquee, guerrilla o ejército.

O la pátina de indeleble tristeza y confusión en los ojos de Sifa, de 18 años, cuando me contaba como fue secuestrada por un batallón del FDLR y convertida en esclava sexual. Como la liberaron dos semanas después, tras ser violadas por “muchos hombres diferentes, un día uno, otro día otro…” Como emprendió la huida, escondida cuando los disparos sonaban cerca y corriendo hacia ningún lugar cuando éstos cesaban. Y como se topó poco después con otro frente del FDLR que la volvió a secuestrar, que la volvió a violar y que la ataron como a un animal para tirar de ella en las marchas más duras, cuando las FARDC les pisaban los talones y las balas silbaban cerca.

Sifa que te dice que pese a todo, lo único que le preocupa es poder seguir estudiando, que de ninguna manera puede quedarse sólo en secundaria. Pero claro, que no puede hacerlo si no encuentra a su abuela -ojalá siga viva- que es la única que puede hacerse cargo del pequeño que Sifa lleva en el vientre, fruto de una de esas violaciones y que está a punto de nacer.

Releo, releemos -creo que puedo hablar por los dos-, estas páginas de papel o mentales y sé regresaríamos sin dudarlo si volviéramos un mes atrás. A pesar de lo duro, de las fiebres, de los dolores de huesos y de los escalofríos… Al fin y al cabo, nuestro billete tiene la vuelta fijada.

Tomaríamos de nuevo ese avión a pesar de que nadie nos haya encargado el reportaje, a pesar de que sabemos que en las páginas de los dominicales ceden más espacio hoy a moda y ocio que a periodismo, a pesar de que lo invertido sea el triple de lo que nos ingresen en las cuentas del banco, si es que hay ingreso. Pisaríamos Goma sin dudarlo a pesar de que la situación de todos aquellos con los que nos hemos cruzamos en este corto mes nada vaya a cambiar, a pesar de que sólo unos pocos valoren el esfuerzo y a casi nadie -jefes de redacción incluidos- les importe demasiado el conflicto en el este del Congo, la violación, no ya como arma de guerra, sino como algo cotidiano o las personas a quienes les han quemado la casa y su vida.

Volveríamos porque este es nuestro modo de pelear, nuestro pequeño cuadrado en este infame y gran tablero de ajedrez. Porque lo único que nos mueve el piso es estar allí donde suceden las cosas, en las páginas de Internacional de la época que nos tocó vivir. Regresaríamos, sí. Y también porque alguien tiene que contar la historia de Sifa. Y eso, contar historias, es lo único que sabemos hacer.

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