miércoles, 3 de febrero de 2010

Crónicas desde el epicentro del desastre (VI): Las chicas guapas vuelven a sonreír

Las opiniones expresadas en esta entrada son completamente ajenas a la organización para la que trabajo

El Palacio Presidencial de Haití se asemeja ahora a una enorme tarta de merengue que se ha desvanecido sobre su bandeja. La cúpula central se escurre entre las dos laterales, más pequeñas y ahora maltrechas. El recinto se ha convertido en una metáfora grotesca del estado de la capital haitiana, Puerto Príncipe, tras el terremoto. Las calles aledañas bien podrían confundirse con las bombardeadas en Gaza hace poco más de un año o las que recordamos en televisión de Kosovo, Serbia y Macedonia. Montañas de piedras, cal y prendas de ropa desgarradas y sucias.

A varias manzanas del Palacio se encuentra la Plaza de Santa Ana, uno de los muchos campos de desplazados improvisados en los diferentes espacios públicos de la ciudad. La misma fotografía en todos ellos: carpas hechas a retazos de cualquier cosa con la que resguardarse de la lluvia, niños corriendo y ollas de acero con unas pocas legumbres dentro calentándose en unas brasas.

Regresaba justamente ayer de esa parte de la ciudad junto a Paco Cumbreras, el técnico watsan (water and sanitation) de Intermón Oxfam encargado del depósito de 10.000 litros que abastece de agua potable a los desplazados de la zona, cuando recordé la pregunta que un lector de la edición digital de uno de los periódicos nacionales me hizo la semana pasada en un chat: ¿Podrán los hatianos recuperarse de un trauma tan grande como el que les ha supuesto este terremoto? Sin dudarlo le contesté que sí, basándome en varias experiencias de mi todavía corta carrera profesional. La recordé porque lo que vi ayer en las calles del centro de Puerto Príncipe me hicieron pensar que no estaba desencaminado.

Tras el terremoto, los alrededores del Palacio Presidencial permanecieron desiertos, con apenas gente en las calles, sin vehículos circulando ni tampoco ruido alguno. Una postal desoladora. Sin embargo ayer, en las vías que desembocaban a Santa Ana el tráfico era fluido, los cláxones una constante y los coches avanzaban lentamente de una esquina a otra interrumpidos por inevitables frenazos. Apostados en las aceras se sucedían los vendedores callejeros de frutas, bebidas refrescantes, rebanadas de plátano frito sazonadas con sal y las farmacias andantes, como yo los llamo. Vendedores con varios cubos de plástico que, insertados uno dentro del otro, adoptan forma de gran cono alrededor del cual y sujetas con gomas elásticas han ido colocando tabletas de pastillas -de todas formas y colores- que se venden por píldora o por caja, según dolencia y presupuesto.

Subimos al coche rumbo a la oficina. El camino más corto obliga a rodear la plaza así que continuo observando la vida avanzar en Puerto Príncipe. Un limpiabotas saca lustre a los zapatos de un señor de mediana edad pulcramente vestido y con un bigote recortado a la perfección. Dos jóvenes salen de un establecimiento de comida para llevar con sendas bandejas de pollo frito, tostón, ensalada y arroz con habichuelas. Tres mujeres avanzan decididas por el medio de la calzada. Parecen recién salidas de la peluquería, con el pelo brillante y liso, maquillaje caro y tacones. Antes de dejar atrás la iglesia que permanece hecha escombros junto a la plaza, cruzo la mirada con una chica de ojos grandes y rasgados. Está abriendo la puerta de su pequeño automóvil mientras tararea la canción que debe estar escuchando a través de los auriculares que lleva puestos. Me sonríe y se introduce en el vehículo. La vida avanza, me repito, en Puerto Príncipe.

Aunque lentamente, todo parece volver a la normalidad. Los bancos abren, las oficinas se reestablecen, “pero también la delincuencia”, comenta un periodista que vivió en la capital haitiana tres años y ahora ha vuelto a cubrir el terremoto.

“Unos tres mil presos huyeron de la cárcel de la ciudad debido a los destrozos del terremoto. Muchos de ellos pertenecen a las bandas que apoyaron en su día a Aristide y que una vez en el exilio éste, se dedicaron al tráfico de drogas, a robar camiones de mercancías tras disparar al conductor, dejarlo tirado en el arcén a plena luz del día e introducir el vehículo en su barrio, a secuestrar a haitianos pudientes y a prensa extranjera… Incluso una vez secuestraron un autobús escolar lleno de niños. La mayoría pertenecen a los barrios de Cite Soleil y Martissant. Allí deben estar ahora reorganizándose y rearmándose… Sólo hay que esperar a que la atención mediática disminuya y las tropas en las calles mengüen para que todo eso se reproduzca…. Y es que, vea, el Gobierno haitiano ahora mismo no existe… bien, nunca existió. Las tropas estadounidenses se limitan a controlar sus zonas: el aeropuerto y Petionville. Y la MINUSTAH… la MINUSTAH es bastante ineficaz…”

Una vez más: queda mucho por hacer en Haití. La labor de organizaciones como Intermón Oxfam no debe acarbarse tras la emergencia, hay que seguir aquí apoyando a las instituciones y tejiendo la sociedad civil.

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