jueves, 11 de febrero de 2010

Crónicas desde el epicentro del desastre (VIII): Las otras escuelas de Puerto Príncipe (I)

Un perro flaco y sucio sale a ritmo pausado de la Escuela Nacional República de Perú, deja atrás un gran portón de metal y se pierde en las calles a medio asfaltar del desfavorecido y complicado barrio de Martissant, a las afueras de Puerto Príncipe. El colegio permanece cerrado a los estudiantes. No porque sea uno de los 6.000 centros de los 16.000 que hay en Haití que resultaron afectados por el terremoto del pasado día 12, sino porque en su interior se refugian ahora más de 3.000 damnificados por el desastre.

El patio del colegio es un sinfín de toldos, plásticos, sábanas y maderas medio podridas que conforman las viviendas de los desplazados. "No quiero ni pensar qué es lo que puede pasar aquí si esto sigue en las mismas condiciones en la época de lluvias, dentro de poco más de dos meses", comenta Patrick Rosielain, el portavoz de Kashim, el comité que organiza a la población concentrada tanto en esta escuela como en la que hay al otro lado del muro del patio. El Centro de Formación de Profesionales de la Educación, con 2.500 desplazados en su interior y donde Intermón Oxfam ha instalado un depósito de 10.000 litros de agua potable que recarga dos veces al día. "La verdad es que ahora, con Oxfam ya aquí, lo que nos hace falta es algo con qué refugiarnos... Y comida, claro", añade Rosielain.

Una joven da de comer a su bebé una papilla a base de maíz molido, agua y azúcar, bajo un toldillo hecho de telas remendadas, junto a un chico y una chica. La pequeña aparta la cara y tuerce el gesto cada vez que la madre intenta darle una cucharada. Los tres jóvenes ríen. Una de ellas descansa sobre un colchón maltrecho con la pierna escayolada. "Me la rompí en el terremoto", dice. Se llama Berthrand Hermeith y tiene 22 años. Explica que vive allí con sus abuelos, sus hermanos –los dos chicos que están junto a ella– y su sobrina, que sigue rehusando el mejunje de maíz. Explica que pasan hambre, que las Naciones Unidas les llevaron una vez, hace días, algo de comida pero que eso no llegó para todos y que la distribución de la ayuda debería estar mejor coordinada con la población. Berthrand defiende que los comités locales elegidos entre la población deberían jugar un rol más activo en las distribuciones, pues éstos son quienes hablan criollo y saben cómo funcionan las comunidades aquí. Que de ese modo todo el mundo tendría algo que llevarse a la boca, concluye.

El sol cae en picado y las moscas revolotean incansables y molestas por todas partes. El polvo que se levanta de la arena del patio del colegio se mete en las fosas nasales y se queda ahí por un rato, junto a los diversos olores que surgen a cada paso: a leña quemada, a plátano frito, a sudor, a aguas residuales. Al fondo, justo en la entrada a las aulas, unas adolescentes saltan a la comba divertidas. Ajenas, al menos en apariencia, a todo lo que las rodea. "Cuando oscurece es mejor que no estén fuera", advierte Patrick Rosielain. El joven, que esta mañana también hace las veces de intérprete de criollo, explica que ha habido varios intentos de violación al caer la noche. Que el corte casi generalizado de electricidad y la carencia de generadores no facilitan la labor de los 25 vigilantes que posee el comité. "Aunque podemos dar gracias a que tenemos una comisaría de policía justo delante de la entrada del colegio", apunta.

No hay comentarios: