martes, 16 de febrero de 2010

Crónicas desde el epicentro del desastre (XI): La burbuja de las ocho horas (y II)

Hace algo menos de un mes cargaba mi mochila a las carreras para viajar de Santo Domingo a Puerto Príncipe por carretera. Cuerpo de cámara, varias lentes, unos viejos vaqueros, otras pocas camisas, libretas, bolígrafos, un libro y la usual cinta americana que puede dar solución desde a un desgarro en el pantalón hasta la bayoneta rota de un objetivo, al menos así era antes. Recuerdo que llenaba el morral con la mente puesta en las galerías fotográficas de las ediciones digitales de los principales diarios de mi país: una letanía de escorzos inmóviles y polvorientos, de cadáveres agolpados por las palas de las excavadoras que restaban en posturas grotescas e imposibles, de rostros desvalidos y mudos de pura impotencia y terror.

Hoy rehago mi macuto. Algo más tranquilo, ya de regreso y con la imagen de una ciudad distinta a la que me encontré tras el terremoto. Una ciudad orgullosa que pelea cada día por salir a flote. Una ciudad con el bullicio en los mercados callejeros tan propio de las urbes latinoamericanas y africanas. Una ciudad, también, en la que se han empezado a repartir alimentos bajo la coordinación de Naciones Unidas y la vigilancia de los Cascos Azules. Una ciudad en la que los puntos de distribución de agua potable de las distintas organizaciones que nos dedicamos a ello van en aumento cada día y, por ende, los haitianos que tienen acceso a ésta.

Además, Intermón Oxfam ha ampliado su respuesta llevando a cabo tareas de sensibilización en higiene, por un lado, y trabajos de saneamiento, por otro, como la construcción de letrinas en los campos de desplazados con el fin de evitar enfermedades derivadas de las aguas residuales. Además, previniendo la época de lluvias, cuyo inicio es dentro de dos meses, se repartirá durante los próximos días material de refugio y abrigo para los desplazados.

En ocasiones, nuestro trabajo requiere de la colaboración de la población de los campos, tanto de los comités que los coordinan como del resto de haitianos. Por ello, disponemos de programas que incluyen un salario diario para aquellos que trabajen con nosotros, un montante dentro de los estándares legales de Haití y que, como ya comenté en otro post, permite, entre otras cosas, la reactivación de la economía local. "Pero por lo general, reciban sueldo o no, siempre están dispuestos a echarte un cable. A levantar la plataforma para colocar el depósito de agua, a cavar el agujero de las letrinas... A todo. No les importa el sol, el cansancio, nada. Sólo quieren ayudar y que las condiciones aquí mejoren", me decía esta mañana uno de nuestros técnicos de agua y saneamiento.

Los haitianos son avispados, resolutivos. Buscavidas, en la mejor acepción de la palabra. Se te acercan educados, con un punto de timidez, y te dicen que saben conducir, hablar francés y español. Y chapurrear algo de inglés. Que además tienen automóvil propio y que tal vez podría interesarte contratarles como chóferes. O como la chica que vino hasta mí hoy en la terraza del hotel Fort Royal, en Petit Goave, donde Intermón Oxfam tiene una oficina provisional en una de sus habitaciones. Ella, viéndome con el chaleco multibolsillos de Oxfam Internacional, me dijo: "soy enfermera, quizá podría trabajar con ustedes", y me entregó su currículo. Lamentablemente no estaba en mi mano su contratación. La derivé a la responsable de proyecto en terreno; pero aún no sé si finalmente trabajará con nosotros o con alguna de las ONG que allí operan. Lo que sí sé es que con una hoja de vida tan impecable terminará trabajando con total seguridad.

De regreso a Puerto Príncipe otro de mis compañeros me preguntaba: "¿Has visto cómo salen adelante? ¿Cómo estaríamos nosotros si hubiéramos pasado algo tan terrible como esto?"
"Ni siquiera podemos imaginarlo", le contesté.

No podemos. Vivimos metidos en nuestra burbuja de las ocho horas laborales diarias, de los fines de semana libres, del mes de vacaciones en playas inimaginables. Escudados en la seguridad social, una casa confortable y dos autos en el garaje. Ignoramos, o nos parecen películas de ciencia ficción, los tsunamis, terremotos, huracanes y ciclones que azotan a lugares como Haití. Olvidamos con rapidez la existencia del sida, de las guerras y de las mujeres violadas en estos conflictos. Nos creemos inmunes a todo ello por pura ignorancia y porque nos empeñamos en vivir de espaldas a la vida real. Porque lo nuestro, si me permiten la licencia y que desvincule ésta de la organización para la que trabajo, no es lo cotidiano, no es lo establecido, aunque así lo creamos y lo vendamos. En absoluto. La vida real es Haití, la República Democrática del Congo, Chechenia o el sudeste asiático. Pero no queremos creerlo. Por ello nos desconcertamos y no concebimos el porqué cuando los medios nos ponen ante los ojos un episodio como el acaecido aquí, en Puerto Príncipe, hace un mes.

Y si no comulgan conmigo, cojan un mapamundi. Señalen ahora los países donde la mayoría de la población vive por debajo de los umbrales de la pobreza, los que sufren guerras, los que en ellos se vulneran los Derechos Humanos y los que tienen el estigma de sufrir catástrofes naturales varios meses cada año. ¿Cuántos quedan? A mí me sobran dedos a la hora de contarlos.

1 comentario:

Adagio dijo...

Me ha gustado mucho este artículo. Respecto a la "Realidad", La mayoría de la gente te diría "¿Y qué quieres que haga?" como si de cambiar de modo de vida se tratara. Bastaría con un poco de coherencia y de conciencia...

Pero lo de la burbuja de las ocho horas... ojalá pudiera dedicarlas a hacer otra cosa! :(
Beso!