sábado, 19 de septiembre de 2009

Ivancho en el Congo (XV): Aunque no les importe demasiado (I)

El viaje termina y podría resumirlo perfectamente robándole a J.D. Salinger una de sus frases, o mejor dicho, robándosela a uno de sus personajes, a Holden Caulfield: el Congo me deja sin habla.
El Congo nos ha dejado sin habla (y todo eso) cuando no nos han aceptado los dólares fechados antes de 2000 (temían que fueran falsos), cuando nos han vuelto a rechazar dólares posteriores a 2000 debido a una imperceptible doblez o un pequeño orificio o grieta en una de sus esquinas, cuando, a su vez, nos han dado el cambio en francos congoleños que de pura mugre no veíamos de qué importe eran y que de no ser por el celo hubieran caído hecho pedazos sobre el mostrador. Cuando un café con leche ha tardado en llegar 40 minutos a la mesa y cuando ha llegado ha sido en forma de jarra con agua hirviendo, sobre de café soluble y tarro de leche en polvo.

También cuando a pesar de que aquí el gobierno es inexistente y cuando es, es pura corrupción, nos hemos visto obligados a proporcionar nuestros nombres, direcciones en España, lugares de trabajo, edades, nacionalidades… en dos departamentos de inteligencia, dos delegaciones del Ministerio de Información y una División de Minas para que fueran apuntados a lápiz y en un cuaderno de colegio con el fin de que pudiéramos trabajar como periodistas en Congo, previo pago, evidentemente, de 740 euros entre los dos (tenemos permisos para empapelar todas y cada una de las sedes de los lugares citados).

Sin habla nos hemos quedado al descubrir en un país donde nada funciona y donde cada cual campa a sus anchas, para ir de Kivu norte a Kivu sur, o viceversa, hay que pasar por un control de inmigración, mostrar pasaportes, permisos, reserva de hotel, nombre de soltera de tu madre, etcétera... Igual que si les pidieran el pasaporte al llegar al aeropuerto de Bilbao llegando de Madrid, aunque quizá eso pronto no sea del todo descabellado.

Pero mi escena favorita, con la que enmudezco solamente mentarla, sucedió en la misión Don Bosco de los Padres Salesianos en Goma. Domingo, once de la mañana, salón comedor y sala de televisión. Guillem y el que les escribe sentados en un viejo sofá de tela y madera atentos a las noticias de la CNN y comiendo cacahuetes. Llegan los religiosos: el director de la misión, unos 45 años; el cura más veterano, alrededor de los 60; dos jóvenes seminaristas, y la chica de la cocina y su novio. Estos últimos vestidos de domingo. Impecables y horteras.

No sé como sucedió; pero empezaron a servir cerveza -la hora del vermú, pensamos- y se apoderaron del mando a distancia del televisor sin que ninguno de los dos nos percatáramos. Así que sin entender aún cómo, acabamos con los curas de cerveceo en la misión y, por decisión unánime de la curia pontificia, viendo de principio a fin el campeonato europeo de gimnasia rítmica. Saquen ustedes las conclusiones que quieran sobre la programación televisiva del clero, yo sólo les diré que a mi Bulgaria me dejó sin habla.

1 comentario:

Subcomandante Cinta dijo...

Lo dicho, el cromosoma Y no entiende de diferencias geográficas... y mucho menos religiosas! Bienvenidos a casa!